IRAK: LA PRÓXIMA CONMOCIÓN SERÁ UNA TERAPIA
DE CHOQUE
Artículo de Joseph E. Stiglitz en “El País” del
24/02/2004
Con un muy breve
comentario en el encabezado: Este sería un
magnífico e interesante artículo teórico y técnico si no fuera porque el
preámbulo ideológico y sectario de los cinco primeros párrafos lo devalúan (L.
B.-B., 24-2-04: 12:30)
Joseph E. Stiglitz, premio Nobel de Economía, es catedrático en la
Universidad de Columbia, fue presidente del consejo de asesores económicos del
presidente Clinton y vicepresidente del Banco Mundial. Es autor, entre otros
libros, de El malestar en la globalización.
Traducción de M. Luisa Rodríguez Tapia.
Con
una sola excepción -la actual "victoria" militar, que cada vez parece
más pírrica-, la aventura iraquí del presidente Bush se ha caracterizado por
una sucesión de fracasos. Se han descubierto pocos indicios de armas de
destrucción masiva y, según David Kay, el jefe de los
inspectores de armas estadounidenses, los arsenales no han existido jamás o
fueron destruidos hace años. Es decir, Bush ignoró los datos recopilados por
los inspectores de la ONU, encabezados por Hans Blix,
y las pruebas en las que se basó para iniciar la guerra parecen, en gran parte,
inventadas.
Peor
aún, hoy resulta evidente que Bush no disponía de un plan para después de que
acabase la guerra. En lugar de avanzar hacia la paz y la democracia, la
situación en Irak sigue siendo tan peligrosa que Paul Bremer, jefe de la
ocupación estadounidense, ha recurrido a la inestabilidad como motivo para no
convocar elecciones democráticas este año.
Desde
luego, Estados Unidos sí ha intentado mantener el orden en algunos lugares, y
ha dejado claro qué era lo que verdaderamente le importaba en Irak. Cuando cayó
Bagdad, se apresuraron a proteger el Ministerio del Petróleo, mientras que
dejaron que hubiera saqueos en museos y hospitales.
Es
posible que los contratos otorgados a Halliburton -cuyo anterior presidente fue
Dick Cheney-, por valor de
7.000 millones de dólares, no fueran un caso claro de corrupción, pero sí despedían un indudable tufillo a capitalismo de amigotes.
Halliburton y sus filiales fueron acusadas de aprovecharse
de la guerra y tuvieron que devolver millones de dólares al Gobierno.
Todos
están de acuerdo en que ahora la tarea más importante -después de crear un
Estado democrático y restaurar la seguridad- es la de reconstruir la economía.
Sin embargo, el Gobierno de Bush, cegado por la ideología, parece empeñado en
ignorar las experiencias pasadas y continuar con su historial de fracasos.
Cuando
cayó el muro de Berlín, los países del este de Europa y la antigua Unión
Soviética iniciaron la transición a una economía de mercado con acalorados
debates sobre la forma de lograr culminarla. Una de las opciones era la terapia
de choque -la rápida privatización de los bienes del Estado y la brusca
liberalización del comercio, los precios y los flujos de capital-, y otra era
la liberalización gradual del mercado para permitir que, al mismo tiempo, se
estableciera el imperio de la ley.
Hoy,
la opinión general es que la terapia de choque, al menos en las reformas
microeconómicas, fracasó, y que los países que abordaron de forma gradual la
privatización y la reconstrucción de la infraestructura institucional (Hungría,
Polonia y Eslovenia) tuvieron unas transiciones mucho mejores que los que
dieron un salto repentino a la economía liberal. En los países con terapia de
choque, las rentas se derrumbaron y la pobreza se disparó. Las pésimas cifras
del PIB quedaron reflejadas en otros indicadores sociales como la expectativa
de vida.
Cuando
ha pasado ya más de una década desde la transición, muchos países
postcomunistas no han recuperado todavía, ni siquiera, los niveles de renta
anteriores. Lo que es peor, en casi todos los países con terapia de choque las
perspectivas de establecimiento de una democracia estable y el imperio de la
ley son muy escasas. Estos antecedentes deberían empujar a pensárselo dos veces
antes de volver a intentar la terapia de choque. Pero el Gobierno de Bush,
apoyado por unos cuantos iraquíes escogidos, está llevando el país hacia una
modalidad de terapia de choque aún más radical que la que se utilizó en el
antiguo mundo soviético. De hecho, los partidarios de dicha terapia dicen que,
si fracasó, no fue por una velocidad excesiva -demasiado choque y poca
terapia-, sino porque el choque no fue suficiente. Así que más vale que los
iraquíes se preparen para una dosis aún más brutal.
Evidentemente,
existen semejanzas y diferencias entre los países ex comunistas e Irak. En
ambos casos, las economías se debilitaron de forma general antes de
derrumbarse. Pero la guerra del Golfo y las sanciones debilitaron la economía
de Irak mucho más de lo que el comunismo había debilitado la de la URSS.
Además, aunque tanto Rusia como Irak dependen enormemente de sus recursos
naturales, Rusia, por lo menos, tenía una capacidad demostrada en otras áreas.
Poseía una mano de obra muy cualificada y una capacidad tecnológica avanzada;
Irak, por el contrario, es un país en vías de desarrollo.
Es
cierto que los rusos carecieron durante décadas de oportunidades para ejercer
la libre empresa, mientras que el Gobieno baazista, en Irak, no reprimió a la clase comerciante ni el
espíritu empresarial. Sin embargo, la situación de Irak coloca al país en
desventaja respecto a Rusia y numerosos países postcomunistas: ninguno de sus
vecinos está en una situación económica demasiado buena, mientras que muchos
países comunistas, durante la expansión de los años noventa, eran vecinos de la
Unión Europea. Y, sobre todo, la inestabilidad permanente en Oriente Próximo
tiene un efecto disuasorio para los inversores extranjeros (aparte del sector
del petróleo).
Estos
factores, junto a la ocupación actual, hacen que sea especialmente difícil
llevar a cabo una rápida privatización. Los bajos precios que seguramente
alcanzarán los bienes privatizados darán la sensación de que los ocupantes y
sus colaboradores han vendido de forma ilegítima el país.
Sin
legitimidad, a cualquier comprador le preocupará la seguridad de sus derechos
de propietario, y eso hará que los precios desciendan todavía más. Es más, es
posible que los compradores de los bienes privatizados se muestren después
reacios a invertir en ellos; tal vez, como ha ocurrido en otras ocasiones,
dediquen más esfuerzos a quedarse con los bienes que a la creación de riqueza.
Si
las perspectivas de Irak son tan sombrías como sugiere mi análisis, cualquier
contribución internacional al esfuerzo de reconstrucción organizado por Estados
Unidos será poco más que dinero desperdiciado. Ello no significa que el mundo
deba abandonar a Irak. Pero sería mejor que la comunidad internacional
destinase su dinero a causas humanitarias, como hospitales y escuelas, que a
respaldar los planes estadounidenses.
El
Banco Mundial y otras instituciones que estudian la posibilidad de ayudar a
través de préstamos se enfrentan a dificultades incluso mayores. Acumular más
deuda sobre las obligaciones de Irak, ya inmensas, sólo servirá para empeorar
las cosas. Si la economía iraquí se tambalea como consecuencia de un programa
de reconstrucción económica equivocado, basado en la terapia de choque, el país
se encontrará mucho más endeudado y con escasas compensaciones.
El
sueño de los invasores estadounidenses de Irak era crear un Oriente Próximo
estable, próspero y democrático. Pero el programa económico de Estados Unidos
para la reconstrucción de Irak está sentando las bases para la pobreza y el
caos.