EL DETONANTE DE OTRA “YIHAD”

 

  Artículo de AZZAM TAMIMI  en “La Vanguardia” del 04.04.2003

 

Las tropas aliadas de Estados Unidos y el Reino Unido están equipadas con la última tecnología para la guerra y se enfrentan a un ejército que de ninguna manera puede equipararse a los suyos. Por tanto, es bastante improbable que no consigan tomar Bagdad, derrocar el régimen de Saddam e instaurar un gobierno escogido por ellos. No obstante, hoy resulta evidente que esto no será tan fácil como se había pensado, tampoco se podrá hacer sin un elevado coste, ni mucho menos sin repercusiones a largo plazo.

Hasta el momento, los iraquíes, cuyas ciudades y poblados han sido visitados y revisitados por las tropas aliadas que se dirigían a Bagdad, han dado pocas muestras de júbilo ante la llegada de sus supuestos “libertadores”; tampoco han dado muestras de discrepancia o rebelión contra sus supuestos “opresores”. La resistencia librada por los iraquíes de Um Qasar, Nasiriya, Basora y Najaf, por mencionar unos pocos centros urbanos del sur de Iraq que casualmente poseen una población en su mayoría chiita, proyecta sombras de escepticismo sobre las predicciones, incluso sobre las promesas, hechas con anterioridad por los altos cargos políticos de Londres y Washington al hablar de una conquista limpia y rápida y de una rendición masiva de los chiitas del sur.

A diario llegan mensajes contradictorios desde Iraq. Los iraquíes que apoyan la guerra con la esperanza de librarse del régimen de Saddam insisten en que los compatriotas que están en Iraq se habrían rebelado de no haber sido por la constante habilidad del régimen para someterlos por el terror. También sostienen que los que oponen resistencia son las propias guerrillas de Saddam, o fedayin, “que no tienen nada que perder resistiéndose a la invasión”. Algunos de ellos incluso llegan al extremo de afirmar que las noticias que reciben sostienen que los misiles estadounidenses sólo han caído sobre objetivos no civiles y, por ello, deberían continuar lloviendo sobre Bagdad hasta que el régimen sea derrocado.

Los iraquíes residentes en el Reino Unido que se oponen a la guerra no creen nada de todo esto. Aunque muchos de ellos desprecian el régimen de Bagdad, informan de que la guerra está uniendo a los iraquíes como nunca había ocurrido, no por el miedo al castigo de Saddam –pues éste ya no se encuentra en posición de castigar–, sino por un sentido patriótico desencadenado por la visión de tropas extranjeras en su territorio. Por otra parte, no logran conciliar el sueño por las noches a causa de la ansiedad y la preocupación por sus seres queridos en Iraq, tras ver en la televisión las bajas civiles de la “guerra de la liberación” y la destrucción masiva provocada por los misiles perdidos de la guerra de la precisión. Nos cuentan que los familiares que tienen en Basora y Bagdad no reconocen el vocabulario introducido por los oficiales de Londres y Washington. “Liberación” es sinónimo de “invasión” y la oposición “extremadamente fervorosa” a la “liberación” se considera como un honorable deber nacional y religioso, una “yihad” para impedir la entrada de los intrusos, una lucha legítima en defensa de la madre patria y la dignidad personal.

Los encargados de tomar decisiones y elaborar planes estratégicos tanto en Washington como en Londres parecen haber olvidado, a la hora de hacer cálculos, el sentido del deber

musulmán y el fervor nacional iraquí. Evidentemente, sólo tenían una consideración en mente, a saber: que los iraquíes odiaban su régimen y agradecerían su derrocamiento sin importar qué potencia lo llevara a cabo ni por qué medios.

Resulta muy improbable que las cosas mejoren una vez que el régimen sea derrocado y los iraquíes sean “liberados”. Entonces, ¿qué es probable que ocurra? Las personas civilizadas procedentes del “moderno” y “desarrollado” Occidente, yanquis y anglosajones, querrán que los iraquíes, descendientes de los padres de la civilización más antigua y gloriosa de la historia de la humanidad, aprendan a vivir con “nuestro estilo de vida”, como no dejan de repetir George W. Bush y Tony Blair; a poner en funcionamiento una democracia de estilo liberal, o dicho con más exactitud, una “versión para los demás” de la democracia estadounidense. No puede haber nada más humillante que esto. Y no viene de regalo. Iraq se convertirá en un protectorado anglo-estadounidense, será gobernado por un dirigente designado por EE.UU., la reconstrucción fruto de la destrucción por las bombas estadounidenses y británicas se adjudicará a empresas estadounidenses, y los iraquíes, a cambio de su obediencia y “comportamiento civilizado”, recibirán la recompensa de un dividendo, una participación de los beneficios del petróleo que los estadounidenses controlarán de forma exclusiva.

La gente empezará a preguntarse lo siguiente: aparte del factor del tiempo, la geografía, la lengua y la bandera, ¿en qué se diferenciará esta situación del régimen que instauraron los soviéticos en Kabul a finales de los años setenta en el periodo subsiguiente a su invasión de ese país condenado? La Unión Soviética poseía un grupo de elite que trabajaba para ellos en Afganistán, que creía que el comunismo era el remedio adecuado para los problemas de este país con la tiranía, el atraso y el aislamiento. Este grupo y sus amos soviéticos se consideraban libertadores y portadores de las antorchas de la ilustración y la civilización. Sin embargo, la sociedad multitribal, multiétnica y multilingüe no se tragó nada de eso y, en cambio, se unió en su determinación de librar una guerra por la liberación que al final –aunque hay que admitir que fue sin la ayuda ni el aliento de EE.UU.– provocó la ignominiosa expulsión de los soviéticos. Pese a la lejana localización y la dureza del terreno, cientos de miles de voluntarios se congregaron en Peshawar, procedentes de diversas partes de los países árabes y musulmanes, para cumplir con el deber islámico de la “yihad” contra los “infieles” que se atrevieron a invadir a una población musulmana y un territorio islámico.

Iraq para los árabes, y los musulmanes de todo el mundo, es mucho más importante que Afganistán en términos de localización, historia y simbolismo. A causa de la profunda frustración que sienten los hombres y mujeres jóvenes de los países vecinos, Iraq se convertirá en el centro de atención, el imán que atraerá a muchos de ellos al nuevo frente contra los “infieles”. Ahora tienen la oportunidad de ajustar las cuentas con Estados Unidos, cuyo apoyo incondicional a Israel contra los palestinos lo convierte en enemigo número uno para muchos de esos jóvenes, y con Gran Bretaña, a la que históricamente se considera responsable de preparar el terreno para la creación de Israel y de provocar muchos de los sufrimientos que padece la “ummah”, o comunidad islámica, en la actualidad.

Tarde o temprano, como ya hiciera antes Afganistán, el Iraq derrotado se dejará oír en la voz de esos millones de jóvenes hombres y mujeres aspirantes a mártires que entonarán el SOS islámico: “Wa-mu'tasimah, wa-mu'tasimah”. A menos que los regímenes de los países vecinos se ofrezcan para proteger la ocupación anglo-estadounidense de las masas airadas dentro de sus territorios, y puede que no se muestren predispuestos a hacerlo, el desierto árabe quedará cubierto de la sangre de muchos hombres y mujeres jóvenes de ambos bandos durante largos años.

A. TAMIMI, director del Instituto de Pensamiento Político Islámico en Londres y profesor del Instituto Markfield de Educación Superior en Leicestershire. Autor de “Rachid Ghannouchi a democrat within islamism”, se encargó de la edición de “Islam and secularism in the Middle East”