EL HONOR DE AZNAR

 

 

  Artículo de JORGE TRIAS SAGNIER en “ABC” del 07.07.2003

LA izquierda estigmatiza y criminaliza a Aznar y su gobierno. El presidente va, pues, por buen camino, tan bueno que lo lógico es que salga de La Moncloa por la puerta grande. Por la misma puerta grande por la que salió el otro día del Congreso tras su último debate sobre el estado de la Nación. Coincido con Alonso de los Ríos: el discurso de la izquierda, con licencia para arrojar su propia corrupción a la derecha en el caso del socialismo o de exhibir con orgullo su vinculación estalinista y castrista en el caso de los comunistas, produce sonrojo. La realidad es que esta izquierda no sabe ofrecer otro mensaje ni otras ideas que ésas, lo que avergüenza a muchos de sus militantes y refuerza la imagen de sensatez de los conservadores.

Nadie puede negar los logros de estos siete años y pico de gobierno popular: el modelo keynesiano, con ciertas matizaciones liberales, está garantizado; se ha conseguido el equilibrio presupuestario, contenido el gasto y la inflación, y un descenso histórico en el volumen de paro, tanto del estadístico como del real. El crecimiento económico -ése que la izquierda, como gran alternativa, propone que debe «reconsiderarse»- es superior al de la media europea y existe, en líneas generales, ilusión, creatividad y confianza para nuevos proyectos y empresas. La sociedad española es, también, cada vez más libre pues hay una saludable variedad de grupos de comunicación con una amplia oferta ideológica y política. Nadie teme hoy la cacareada prepotencia del Gobierno, que suele estar y no moverse de su sitio. España es un país estable. ¿Qué se le achaca, entonces, a Aznar? ¿Cuál es la crítica que le formulan sus adversarios y enemigos políticos o mediáticos? Pues algo que es consustancial a su propio carácter: ser parco en palabras, antipático a veces, demasiado serio y con apariencia de prepotente: un ser lejano, en suma. Se le acusa de ser como es, es decir, de ser el Aznar que conocemos todos, algo que ni él mismo puede -ni quiere- evitar, un personaje que ha calado hondo en nuestra sociedad y que, afortunadamente, se escapa del modelo al uso del político correcto. Aznar dice lo que piensa, pensando lo que dice y, además, lo lleva a cabo. Aznar, de esta forma, habrá conseguido lo que ningún otro presidente español: que cuando su sucesor haya tomado el relevo, él continúe siendo el principal capital político de su partido.

Por hacer una crítica, ahí va ésta: quizás se han cerrado demasiadas puertas al diálogo con el nacionalismo vasco y no se ha separado más nítidamente nacionalismo y terrorismo. (Aunque también es cierto que fueron los nacionalistas vascos quienes se aliaron con los batasunos). Personalmente me sentí muy cómodo cuando, siendo diputado del Partido Popular en la VI legislatura (1996-2000), acordábamos las grandes estrategias políticas con los nacionalistas catalanes y vascos. Pero estoy de acuerdo con Luis de Grandes, eficaz portavoz del Grupo parlamentario Popular durante estos años, cuando dijo que había sido un honor servir a los intereses de España bajo su presidencia.