RECONSTRUYENDO EL ESTADO EN IRAQ

 

  Artículo de CHARLES TRIPP en “La Vanguardia” del 25.04.2003

 

 

LA RECONSTITUCIÓN DE la política iraquí podría chocar con algunas de las prioridades que EE.UU. se ha propuesto en la reconstrucción de Iraq

 

CHARLES TRIPP, profesor en la Escuela de Estudios Orientales y Africanos de la Universidad de Londres; autor de “Iran and Iraq at war” y de “A history of Iraq”
 
Mucho se habla actualmente de la reconstrucción de Iraq. El debate se centra en asuntos tales como: la restauración de las empresas públicas, la reconstrucción de la industria del petróleo y la economía iraquí, y la rehabilitación de los servicios públicos. Tanto dentro del propio Iraq como fuera de él, existe acuerdo en que estos asuntos son urgentes e importantes. No es una coincidencia que el Gobierno americano haya designado como candidato para supervisar la reconstrucción de Iraq al general retirado Jay Garner, al frente de un equipo llamado ORHA (siglas en inglés de Organización para la Reconstrucción y Asistencia Humanitaria), pero hasta ahora ha resultado muy controvertido y los iraquíes le han dirigido la principal queja: que Estados Unidos no está actuando con la suficiente rapidez.

Sin embargo, hay otro aspecto que tener en cuenta en la reconstrucción. Debería recordarse que la invasión anglo-norteamericana de Iraq representaba la postura de ambos gobiernos de ser parte de la actual “guerra contra el terrorismo”. Ni debería olvidarse tampoco que la organización dirigida por Garner, de nombre tan benevolente, opera bajo las órdenes del general Tommy Franks, el hombre a cargo del formidable cuerpo norteamericano de 200.000 efectivos en Iraq y Medio Oriente. La “reconstrucción de Iraq” es vista, por tanto, como parte de un proyecto diseñado para proteger y asegurar los intereses de occidente en la región. Si no se consigue tal seguridad, entonces todo el proyecto habrá sido un fracaso.

El problema llega cuando estas preocupaciones chocan con la otra gran motivación para la guerra, tan explotada por los líderes de occidente en los últimos meses, es decir, la imperiosa necesidad de derribar la tiranía de Saddam Hussein y de dar libertad y democracia al pueblo iraquí. Para los iraquíes, ha sido éste el principal motivo por el cual han tolerado, y en muchos casos, dado la bienvenida, a la violenta invasión de su país. Sin embargo, aún en el corto tiempo que ha transcurrido tras la caída del régimen de Saddam Hussein, un par de cosas resultan claras. La primera, que los diferentes iraquíes tienen ideas muy distintas sobre lo que pueden conseguir con esta flamante libertad. Y la segunda, muchos de ellos son ambivalentes, sino declaradamente hostiles, respecto a una prolongada presencia militar americana en su país.

Parece bastante posible entonces, que la reconstitución de la política iraquí pueda chocar con algunas de las prioridades que los americanos se han propuesto en la reconstrucción del estado iraquí. Por ejemplo, resulta altamente probable que una de las principales tendencias políticas del nuevo Iraq sea el islamismo, en su definición amplia y con todas sus variantes. Como lo indican los brotes de violencia en Najaf, las demostraciones en Nasiriya, la ocupación de la gobernación en Kut y el prometido congreso en Karbala, hay numerosas corrientes surgiendo de las estructuras existentes e historia previa de la Shi`a en Iraq. Muchas de éstas tendencias tienen entre sí amargas discrepancias tanto ideológicas, sociales como en sus ambiciones. Otras muchas lucharán contra cualquier intento de volver a imponer algo que se asemeje al antiguo orden en Iraq. Y un gran número de ellas tiene profundas sospechas, llegando a posturas abiertamente hostiles, de la presencia continuada de los americanos y de aquellos iraquíes cercanos a ellos.

Si esta situación deriva en una franca oposición, puede muy bien colocar a la administración norteamericana en un agudo dilema: ¿hasta dónde las nuevas libertades podrán arraigarse, si parece que condujeran a hostilidades, desorden e inseguridad? Existen en Washington aquellos muy interesados en promover la auto-expresión y las prácticas democráticas en Iraq como virtudes abstractas. Sus puntos de vista podrán cambiar radicalmente cuando descubran que las largamente silenciadas voces iraquíes están diciendo cosas que no quieren oír. Al respecto, uno debería albergar serias dudas acerca de la habilidad de la administración americana en la lectura acertada de la política islámica o en su intento de entenderla fuera del crudo contexto de “terrorismo islámico” que tanto ha caracterizado el debate en Estados Unidos desde el 11 de septiembre.

Es entonces que muchos iraquíes temen que las prioridades de un “estado de seguridad” se consolidarán, llevando a que Estados Unidos sólo permitan participar en el proceso a quienes parezcan hablar su mismo idioma. Otras serán consideradas como un “problema de seguridad” y tratadas como tales, primero por las fuerzas norteamericanas, y luego por un nuevo y reconstituido aparato de seguridad del Estado iraquí, en el cual la

 

Administración americana crea y pueda confiar para cuidar sus intereses. Tal curso de acción amenazaría con reproducir precisamente el Estado autoritario y centralizado del cual tienen hoy los iraquíes una oportunidad única de liberarse. También garantizaría virtualmente la proliferación de organizaciones dentro de los excluidos y relegados, quienes se volcarían a métodos terroristas como forma de expresar su rabia y rechazo.

Se establecería entonces un círculo vicioso, con yermas consecuencias para el futuro de Iraq. Hay por tanto dos cosas que importan por igual: que el proceso de reconstrucción sea examinado cuidadosa y detenidamente y que no sea puramente a instancias de las necesidades de Estados Unidos. La participación de las Naciones Unidas, de la Unión Europea y de organizaciones regionales no sería la panacea y no debería ser a expensas de los esfuerzos iraquíes de autodeterminación. Sin embargo, si ayuda a atemperar el impulso de Estados Unidos en la búsqueda de la construcción de un estado de seguridad basado en su abrumadora victoria militar, entonces podría al menos permitir la reconstrucción de Iraq, en lo relativo no sólo al poder, sino también en términos de autoridad.

Traducción: Dina Szyman