OBJETIVOS FUNDACIONALES

 

 

  Artículo de KOLDO UNCETA  en  “El País” del 22.01.2004

 

La salida de Xabier Arzalluz de la presidencia del Euskadi Buru Batzar del PNV ha dado lugar a todo tipo de conjeturas por parte de observadores y analistas de la realidad vasca. A ello ha contribuido sin duda la manera en que su relevo -y la consiguiente llegada de Imaz a la máxima responsabilidad del partido- se ha llevado a cabo, con los mismos gestos malhumorados que han jalonado sus últimos años de presidencia. Parece bastante claro que el resultado de la elección llevada a cabo no ha sido del agrado de Arzalluz y que éste hubiera preferido dar el relevo a alguien más en línea con su manera de "ver las cosas". Ahora bien, pocos se atreven a aventurar las consecuencias políticas que puede acarrear dicha sucesión lo que, a su vez, tiene cierta relación con la indefinición ideológica y programática en la que históricamente se ha movido el PNV.

Xabier Arzalluz, en una de sus recientes declaraciones vino a decir que la beligerencia del Estado contra su partido demostraba que éste se encontraba en la línea correcta, es decir, aquella "para la que fuimos fundados". La apelación al objetivo fundacional constituye sin duda una llamada a la necesidad de guardar las esencias y evitar tentaciones revisionistas, pero plantea, al mismo tiempo, un serio problema para una formación política fundada hace más de un siglo. ¿Puede o debe el PNV -o cualquier otro partido- seguir reclamando en el siglo XXI objetivos políticos proclamados en el siglo XIX y, más aún, hacer de ello el estandarte capaz de unir tras él a toda la militancia?

La historia de los últimos veinticinco años ha venido a demostrar que, tras la muerte de Franco, todos los partidos políticos preexistentes a la misma han tenido que modificar, en mayor o menor medida, aspectos que hasta entonces habían estado fuera de toda discusión. Cabe recordar, entre otros, el caso de los partidos que se llamaron durante una época eurocomunistas y que, no sin traumas, decidieron abandonar toda referencia a la dictadura del proletariado como objetivo programático. Otro tanto ocurrió con el PSOE y su conflictiva renuncia a seguir definiéndose como partido marxista.

Sólo el PNV parece resistir la invitación de la historia para redefinir sus objetivos, adecuándolos al contexto actual. Antes al contrario, los objetivos fundacionales constituyen la referencia fundamental, la apelación recurrente, cada vez que el debate sobre las personas amenaza con abrir el debate sobre las ideas.

Ciertamente, el PNV está en su derecho de reclamar la constitución de un Estado-nación propio, al estilo de los que se conformaron en siglos anteriores. Ahora bien, no estaría de más que ello fuera el resultado de una reflexión actualizada, en la que se reconociera que, más allá de lo simbólico, la soberanía de un territorio -siempre limitada en un mundo como el de hoy- no depende exclusivamente de constituir o no un Estado, sino de otros muchos factores. No hace falta ser un lince para ver que la soberanía -llamémosle, si me lo permiten, margen de maniobra o capacidad para incrementar el bienestar de la ciudadanía- es muy superior en California, en Baviera, o en Euskadi, de lo que lo es en Burkina Faso, en Honduras, o en Laos, lo que en modo alguno significa que dicha capacidad de decisión y actuación no pueda aumentarse, incluyendo algunos aspectos simbólicos. Significa simplemente reconocer que conceptos como soberanía o Estado-nación no tienen hoy el mismo significado que hace más de un siglo.

En este contexto, apelar a los objetivos fundacionales suena más a una manera de evitar determinados debates, reduciendo la discusión a algo mucho más prosaico: el diseño de estrategias de corto y medio plazo que, de paso, permitan fortalecer la propia posición institucional y la perpetuación en el poder.