¿POR QUÉ TAN AGRESIVO?

Artículo de Patxo Unzueta en "El País" del 14-11-02

Con un comentario al final (L. B.-B.)

Ha llamado la atención la agresividad con que Aznar se dirige últimamente a Zapatero, y precisamente en relación al desafío nacionalista, sobre el que más necesario parece el entendimiento entre los dos grandes partidos. El domingo pasado le comparó con un globo pinchado y le conminó a definir su modelo de Estado y a decir claramente si está a favor o en contra de la reforma de la Constitución y de los Estatutos vasco y catalán. También dijo que el proyecto de España del PP no es que sea el mejor, sino el único que hay.

Ya casi se ha olvidado, pero el PSOE tenía un discurso similar a comienzos de los noventa. Cuando el PP, en la oposición, se apuntaba a todo lo que se moviese, incluyendo la reforma de Estatutos como el de Aragón o el rechazo de los planes hidráulicos que presentaba Borrell, los socialistas se proclamaban única garantía de cohesión nacional y vertebración territorial. Y eran reticentes a reformas constitucionales como la que había propuesto Aznar en 1994 (en el libro España. La segunda transición) para transformar el Senado en una verdadera Cámara territorial. La propuesta era similar a la que ahora plantean los socialistas como fórmula de cierre del desarrollo del Estado autonómico.

La semana pasada se presentó en Madrid el libro de Enric Argullol Desarrollar el autogobierno (Península, 2002). Se trata de un concienzudo y solvente intento de dar respuesta a la cuestión (planteada en su momento por Pujol al autor) de si era posible aumentar el autogobierno de Cataluña sin cambiar el marco institucional. La respuesta de Argullol, tras estudiarlo competencia a competencia, es que sí: que caben interpretaciones flexibles de la Carta Magna que permiten modificar el reparto competencial.

Sin embargo, no basta que algo sea posible para hacerlo deseable. Por supuesto, la línea de demarcación competencial de la Constitución podía haber pasado un poco más aquí o algo más allá, pero una vez fijada, y demostrado que garantiza un autogobierno real, no es lógico el empeño de moverla permanentemente en favor de las comunidades. Los nacionalistas suelen presentar su pretensión como respuesta a situaciones que ponen de relieve problemas de funcionalidad del Estado autonómico. Pero ese criterio también podría servir para recortar competencias en su día reconocidas. Una cosa es adaptar el sistema, para hacerlo más eficaz, ante hechos como la entrada de España en la UE, que aconsejaría establecer un sistema de representación de las autonomías en Bruselas, y otra la obsesión por aumentar las competencias.

El Estatuto es el marco de juego. Cada partido pondrá el acento en unas u otras prioridades, pero dentro de unas reglas compartidas. Intentar cambiar ese marco desde una mayoría parlamentaria (o incluso sin ella, como Ibarretxe) es desestabilizador. Quien quiera reformar el Estatuto (o hacer uno nuevo, como Artur Mas) tendrá que demostrar antes que es compatible con la lógica del Estado de las autonomías (sin el que no habría autogobierno) y que cuenta con un consenso no inferior al que respaldó su aprobación. La reforma del Senado (y, para ello, la de la Constitución) corresponde al criterio de perfeccionamiento del sistema autonómico; la de los estatutos en una lógica confederal o soberanista, al de su voladura.

Eso es lo que intenta asentar Zapatero en su partido frente a los Odón Elorza y compañía. Hasta hace poco, el PP era respetuoso con el esfuerzo del secretario general socialista para vencer esas resistencias porque, como decían sus portavoces cuando le llevaba 10 puntos de ventaja al PSOE en las encuestas, hay acuerdo en lo fundamental.

¿Por qué entonces ese empeño de Aznar por dar argumentos con sus provocaciones y emplazamientos a quienes empujan a Zapatero a romper todo entendimiento con el PP? Una razón (infame) sería ésta: porque ha sido ese entendimiento, mantenido contra viento y marea incluso en los temas más delicados, como la ilegalización de Batasuna, lo que ha convertido a Zapatero en alternativa verosímil. ¿Y por qué con tanta agresividad personal cuando no va a competir con él en 2004? Porque si ganara Zapatero frente al candidato designado por Aznar, éste sufriría algo peor que la derrota: quedaría en ridículo ante los suyos, que no le perdonarían haber renunciado, por mantener su palabra, a presentarse (y a ganar). Por eso está tan agresivo desde que las encuestas reflejan un empate técnico.

BREVE COMENTARIO (L. B.-B.)

Cada vez estoy más convencido de que es imprescindible un gran acuerdo entre el máximo número de grupos políticos para finalizar el desarrollo del Estado autonómico. Un gran acuerdo que ponga los límites que no se pueden sobrepasar sin romper la lógica autonómico-federal de la Constitución. Una lógica autonómica que se limitó a "reconocer  y garantizar el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones"  "y la solidaridad entre todas ellas". Una lógica autonómica que abrió un ancho camino para que las provincias que lo desearan se constituyeran como regiones autónomas.

Pero una vez terminado el proceso de delimitación del mapa autonómico y de generalización de la autonomía a todo el territorio del Estado, con un techo de autogobierno elevado y generalizado para todas las Comunidades Autónomas, falta por articular una lógica de coordinación, que es la lógica federal. Una lógica federal que excluye la lógica soberanista o confederal, que empuja a los nacionalistas a carreras sin límite hacia la desarticulación de la unidad política del país. La lógica federal, la de la coordinación, exige un Senado que sirva para articular la representación de las Comunidades en el centro, y no excluye de por sí la ampliación de competencias para alguna o todas las CCAA, como la misma Constitución prevé.  Pero lo que hay que clarificar es si esa ampliación es necesaria o conveniente desde la lógica de la unidad política del conjunto, no desde la  soberanista o confederal.

Lo que sí excluye la lógica federal es la territorialización autonómica de los impuestos. No es admisible el sistema del concierto "a la vasca" como fórmula financiera de ninguna Comunidad más, y habría que pensar en reformular el concierto vasco a fin de que Euskadi sea solidaria con el resto de España, en lugar de quedarse con todo y aportar algo para los "gastos comunes". Esa lectura nacionalista del sistema fiscal es incongruente con la solidaridad prevista en la Constitución. Y, por supuesto, con cualquier lógica socialista... algo que algunos socialistas catalanes parece que no tienen claro todavía.

Existe un debate no realizado todavía en nuestro país, que es el del despegue de la industrialización en los años sesenta, y que la izquierda debe poner en marcha de una vez, para desvelar los profundos vínculos de solidaridad que existen en el desarrollo del conjunto de España y de cada una de sus partes. En el siglo XX, en nuestro país, en lugar de efectuar la reforma agraria del latifundio para impulsar la modernización, se optó por la pasividad, lo cual expulsó de Andalucía, Extremadura, La Mancha, Castilla y  Galicia ---un caso aparte--- a una gran masa de campesinos, que se transformaron en obreros industriales en Europa o en las zonas españolas que ya habían iniciado la industrialización en la primera parte del siglo. Estos obreros, con sueldos  de miseria en el país, o con divisas en Europa, contribuyeron extraordinaria y básicamente a la industrialización de Cataluña, Euskadi o Madrid. De manera que existe una interdependencia básica en el conjunto de España, que se refleja en población mestiza, mercados de ámbito nacional, y desigualdad de desarrollo.... las divisas e inversiones públicas y privadas, el trabajo barato,  se canalizaron durante muchos años hacia las zonas ya desarrolladas en detrimento de las atrasadas.... Por cierto, desde esta perspectiva nunca he conseguido comprender las alianzas políticas del BNG.

Por ello, no caben ahora lecturas insolidarias y mezquinas de las zonas ricas con respecto a las pobres, lecturas que sostengan que la riqueza o pobreza de cada región es de ella sola, sin relación con las demás. De manera que no es concebible, desde ninguna lógica solidaria, la sectorialización territorial de los recursos fiscales.

Pero la argumentación que acabo de exponer intenta fundamentarse en la racionalidad, lo cual choca con irredentismos y victimismos arraigados en algunas subculturas políticas del país, poco permeables a argumentos racionales. Por eso es hora ya de que quienes no son nacionalistas se pongan de acuerdo en los límites del desarrollo del Estado autonómico, elaboren sus alternativas, sin presentarse en la arena pública con el "handicap" de una visión incompleta de la situación histórica del país.

Por todas estas razones, es preciso que, además de un gran acuerdo en política antiterrorista como el que ya existe, se vayan perfilando los rasgos de un acuerdo para finalizar el desarrollo del Estado autonómico entre los dos grandes partidos, a poner en práctica cuando se haya avanzado suficientemente en la derrota de ETA. Acuerdo que debería ampliarse hacia los nacionalismos periféricos siempre que éstos renuncien a sus posiciones soberanistas o confederales, contrarias al ordenamiento constitucional y a los pactos fundacionales del régimen político español.