LOS PRINCIPIOS Y LA FLEXIBILIDAD

 

 

  Artículo de EDURNE URIARTE, Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco, en “ABC” del 15.09.2003

UNO de los aspectos más irritantes del tratamiento de la cuestión nacionalista es la deliberada confusión que introducen algunos entre la crítica al nacionalismo vasco y la defensa de los principios con la intolerancia o la incapacidad para el diálogo. Se identifica el constitucionalismo firme con el antinacionalismo o con el nacionalismo español exacerbado o con el extremismo de ideas. La tesis básica es: los llamados constitucionalistas, tanto en el País Vasco como en el resto de España, son gentes inflexibles, demasiado apasionadas, con dificultades para el diálogo y poco pragmáticas, en fin, admirables a veces pero poco funcionales para solucionar los problemas.

Esta manipulación se produce constantemente, pero me ha parecido especialmente preocupante la forma en que ha vuelto a la palestra con motivo de la elección del sucesor en el Partido Popular. Porque éste es precisamente el argumento que los de siempre, y me temo que algunos más, han utilizado para explicar por qué Jaime Mayor Oreja no era un sucesor adecuado: demasiado inflexible, con incapacidad para negociar con los nacionalistas. En definitiva, demasiados principios y poca disposición para la cesión. ¿Y eso es negativo? Pues eso es lo inquietante, que para algunos lo es.

Y esto va mucho más allá de la sucesión en el Partido Popular. Nos afecta a todos: estamos hablando de conceptos centrales sobre el terrorismo, los nacionalismos y el modelo de España. Y, además, trasciende la misma cuestión nacionalista. Se refiere a la democracia, al sentido de los principios y a los límites del pragmatismo. Y es que el problema vasco, como todas las situaciones de crisis, pone a prueba a la democracia, a sus líderes, a nuestras ideas.

Pero vayamos primero a lo concreto, al tratamiento de la cuestión nacionalista, y dejemos para el final la relación entre principios y pragmatismo. Sobre la supuesta inflexibilidad e intolerancia de los constitucionalistas, lo que ocurre es que algunos identifican la claridad de ideas con la inflexibilidad. Y lo hacen porque lo necesitan para justificar su confusión y su incapacidad para tener ideas propias independientes de las dictadas por los nacionalistas.

Desmontemos de una vez algunas tergiversaciones. Sobre el antinacionalismo; pues no, constitucionalismo firme no es igual a antinacionalismo. Y lo pienso desde el punto de vista intelectual y desde el vital. Desde el intelectual, es evidente que no todos los nacionalismos son iguales. Y una cosa es que el constitucionalismo sea crítico con el nacionalismo catalán y otra que le merezca la misma consideración que el nacionalismo vasco. En el nacionalismo catalán no hay terrorismo, para empezar. Los nacionalistas catalanes no están protegiendo al brazo político de ETA. No cuestionan el Estado de Derecho ni la democracia. Y tampoco amenazan con hacer un referéndum independentista digan lo que digan las Cortes Generales. Los constitucionalistas tenemos muchas e importantes diferencias con los nacionalistas catalanes, pero hay espacios para el entendimiento.

Y es que los nacionalistas catalanes nunca han cerrado esos espacios de entendimiento. Los nacionalistas vascos, sí. Y voy al aspecto vital. Si nos centramos en los constitucionalistas del País Vasco, si hay alguien que desearía llegar a la armonía con los nacionalistas, ésos somos los constitucionalistas. Precisamente por una cuestión vital. Porque se trata de nuestra vida cotidiana. Porque todos deseamos una vida social en paz y con las relaciones más positivas posibles con nuestros vecinos o compañeros de trabajo.

Y, además, porque una buena parte de nosotros procedemos de un pasado ideológico, y, nuevamente, también vital, de cercanía y de simpatías con el nacionalismo. Lo nuestro no es ningún odio repentino y enloquecido. Ni mucho menos. Se trata de la actitud crítica de quien ha vivido determinada evolución poco deseable del nacionalismo y de quien ha experimentado la intolerancia de ese nacionalismo.

Muchos de nosotros creímos durante años en los procesos de búsqueda de integración de los nacionalistas, por ejemplo, a través de los gobiernos de coalición con el PSE. Es decir, la crítica actual es producto de la experiencia y del conocimiento, y no de ningún antinacionalismo genérico y primario. No se trata de que nos neguemos a ofrecer una pista de aterrizaje al nacionalismo vasco. El problema es que, como ha escrito Fernando Savater con su agudeza habitual, los nacionalistas vascos no quieren aterrizar sino que están despegando. Y los demás, sufrimos desde hace tiempo las turbulencias creadas en la pista.

En cuanto a la inflexibilidad, ésta no es una cuestión de inflexibilidad, sino de claridad de ideas. Los constitucionalistas no nos empeñamos en impedir el aterrizaje de los nacionalistas vascos. Nos empeñamos en que no sigan destrozando la convivencia y el respeto al pluralismo en ese despegue en el que llevan a la cola, o en el morro, no se sabe muy bien, a los terroristas.

La flexibilidad no es necesariamente una cualidad en la democracia. Depende de con quién y con qué se sea flexible. Lo mismo que el diálogo. En este caso, la flexibilidad de algunos hacia el nacionalismo vasco es una mezcla de incomprensión de las características de este nacionalismo, de ignorancia sobre su evolución reciente y de falta de ideas claras sobre el modelo autonómico y los ejes de nuestra democracia.

Y el punto culminante de esa ignorancia, bastantes veces deliberada, es la repetida tesis de que la radicalización del nacionalismo vasco es culpa de Aznar, o, lo que es lo mismo, aunque se diga con la boca más pequeña, de la inflexibilidad de los constitucionalistas, de Jaime Mayor Oreja, de Nicolás Redondo, de algunos intelectuales, de ¡Basta Ya!... Y esto, no nos engañemos, esto es como argumentar que el crecimiento de la extrema derecha en Europa es consecuencia de la defensa de los principios democráticos.

Algunos de los logros de la democracia pueden ser puestos en cuestión por las mismas virtudes de este sistema político. Por ejemplo, el principio de que nada puede ser impuesto por la violencia, la imposición y la exclusión se debilita inexorablemente cuando se pretende aplicar el diálogo eterno y sin límites a los que practican la violencia, la imposición o la exclusión, o las tres cosas a la vez. Porque si la democracia no sabe encontrar límites a su método de diálogo y a su flexibilidad, corre el peligro de perder alguno de sus principios.

El pragmatismo es una virtud de los líderes y de los ciudadanos de las democracias; si tiene límites y si es orientado y moldeado por la primacía de los principios y de la defensa de los valores fundamentales. Cuando este equilibrio se resquebraja, como algunos pretenden con el problema vasco, toda la democracia se resiente. Porque si los principios deben ser sacrificados en aras al pragmatismo, lo deberán ser en todos los casos, no sólo ante el problema vasco. Imaginemos las consecuencias.