EL DIALOGANTE INGENUO

 

  Artículo de EDURNE URIARTE. Catedrática de Ciencia Política de la Universidad del País Vasco,  en “ABC” del 01.10.2003

MIENTRAS el pasado día 21 observaba el regocijo del público que asistió a la proyección de «La pelota vasca» y la sonrisa angelical y satisfecha de Julio Medem, pensé por unos largos, muy largos, momentos, que la rebelión social contra el terrorismo tenía un futuro dudoso. Porque la ruptura social que representa la rebeldía antiterrorista es demasiado revolucionaria para tantos y tantos ciudadanos conformistas, temerosos y acomodados al poder nacionalista. Y Julio Medem, el dialogante ingenuo, es, inevitablemente, su héroe, el chico bueno e inocente que embellece y redime tanta pasividad, tanto coqueteo con los terroristas y tanta pulsión por la supuesta superioridad de la raza vasca.

Y, por supuesto, el dialogante ingenuo es también subido a los altares en otros lugares, como entre esa izquierda radical que en el resto de España todavía no se ha decidido a rechazar con rotundidad a Batasuna y que recibe con alborozo cualquier acusación de totalitarismo contra la derecha. Esa izquierda se ha aprestado a defender «la libertad de expresión» de Medem. ¡Qué falsificación de la polémica! Como si alguien hubiera negado esa libertad de expresión.

Quienes criticamos el documental de Julio Medem no cuestionamos su libertad de expresión, sino el mensaje que Medem transmite con esa libertad. Lo que criticamos es la interpretación de Medem sobre lo que ocurre en el País Vasco. Y el problema no es que falten testimonios. El problema son los que sobran, los de los etarras y de quienes los apoyan. Porque muchos renunciamos previamente a ese testimonio después de que el planteamiento inicial de Medem nos mostrara lo que, en efecto, ha sido la tesis final. Y la tesis del documental es la siguiente: es bueno dialogar con los terroristas, las víctimas sufren pero también los verdugos, y los vascos somos un pueblo peculiar sometido a los ataques del exterior.

Los apologistas de Medem deben sincerarse consigo mismos y enfrentarse a esa tesis. Aquí no discutimos la libertad de expresión sino la bondad, la ética, la aceptabilidad democrática de esa lectura de Medem sobre el terrorismo que a Arnaldo Otegi le ha parecido objetiva.

Pero me temo que estos apologistas seguirán eludiendo el centro de la tesis y volverán a quedarse con la superficie, con la belleza de la apariencia de ese diálogo limpio y universal de Medem. Porque más allá está el límite del barranco, allí donde es preciso saltar hacia la incertidumbre, el rechazo social y el peligro cuando uno destapa la trastienda de ese dialogante ingenuo que todos llevamos dentro y que tanta paz vital nos da.

Y es que Julio Medem es lo que se dice un buen chico, y me temo que ni siquiera es consciente de las consecuencias políticas y éticas de su planteamiento. Él es y quiere ser ese dialogante ingenuo, un alma cándida que apela a la bondad infinita de todos los seres humanos, incluidos los asesinos y sus jaleadores, para llegar a la armonía de la Euskadi feliz.

El éxito de este dialogante ingenuo, en realidad, también nos enfrenta a los ciudadanos movilizados contra el terrorismo con la cara más oscura de toda esta historia. Y no nos viene mal, porque nos muestra un retazo de algo que también nosotros nos resistimos a ver, y es que una buena parte de la sociedad, sobre todo la vasca, prefiere al dialogante ingenuo que al rebelde antiterrorista.

Porque, en primer lugar, el dialogante ingenuo evita el enfrentamiento claro con el terrorismo. Mientras defiende «el dolor de unos y otros» («He sido respetuoso con la gente que sufre y con las víctimas. He demostrado cómo sufren. También muestro a una chica torturada», dice Medem en este periódico) se coloca en una orilla cómoda y segura. Los terroristas no se van a molestar, ni mucho menos, porque ellos también sienten mucho el sufrimiento y lo reiteran una y otra vez. Y quién puede decir que el dialogante no es un alma sensible que sufre por las víctimas, por todas ellas sin distinción, incluso por esos pobres asesinos víctimas de su propia locura.

Y en esta historia lo complicado es precisamente enfrentarse a los terroristas, hacer un documental de denuncia de ETA y de su entramado. Ha dicho Medem que es muy difícil ser vasco en Madrid; pero, como le ha escrito Santiago González en El Correo, «pues fíjate, Julio, lo difícil que es ser vasco en Bilbao». Y no digamos si haces documentales contra ETA. Entonces sí que se acabó la libertad de expresión.

Y no sólo eso; es que, además, es muy conveniente ser un dialogante ingenuo para ser vasco en Bilbao. Por eso se apunta tanta gente, porque te permite vivir sin conflictos con el medio ambiente dominante que es el nacionalista, ése al que no le gusta ETA pero que, sin embargo, desea llegar a un acuerdo con ella para construir el futuro estado libre asociado.

La ingenuidad es incluso simpática, y ofrece, además, una tercera ventaja que es la de no enterarte de que existe un terrorismo que persigue a miles y miles de españoles y quedarte tan tranquilo. De hecho, Medem comenzó a angustiarse con este problema cuando en el 2001 asistió a la horrible campaña de la derecha totalitaria de Madrid contra los vascos.

Y como el dialogante ingenuo es inofensivo y no molesta a nadie, incluso se puede permitir una buena dosis de ignorancia, ésa que consiste en aplicar el concepto de totalitarismo a un gobierno y un partido democráticos. Totalitario es el régimen nazi o el estalinista y las ideologías que los sustentaban, que, casualmente, tienen mucho que ver con la etarra. Entre otras cosas, se caracterizan por defender la liquidación física de todos los que disientan. Exactamente como ETA, ese extremo del conflicto político vasco que, según Medem, se complementa con el otro extremo que es el Gobierno de Madrid: el primero mata y el segundo no dialoga y los dos practican el pensamiento único (El País, 22 de septiembre de 2003).

Y sí, insisto en creer que estamos ante un dialogante ingenuo, alguien que ni siquiera es consciente de la barbaridad ética y democrática que acaba de defender. Ni él ni muchos de esos ciudadanos que lo han abrazado como su referencia. Ha escrito Ignacio Ruiz Quintano que «el poeta añora ignorar, añora la infancia, añora la inocencia». Y también el ciudadano desea la ignorancia y la infancia cuando la otra alternativa es el compromiso antiterrorista. Es costoso y peligroso ser un rebelde antiterrorista. Para qué si puedes alcanzar el estado perfecto de infancia, de ignorancia y de inocencia con ese dialogante ingenuo que ahora incluso se ha revestido de forma artística.