NI AMIGOS NI ALIADOS
Artículo de José Alejandro Vara en “La Razón” del 14/10/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
La hipérbole es un recurso estilístico muy frecuentado en nuestro periodismo,
tan apasionado y visceral. Pero no lo es tanto en la denominada «prensa de
calidad» de otras latitudes. Por eso el editorial de «The Wall Street Journal»
titulado «Los aliados de Osama», una llamada de atención a Zapatero y Bono, hay
que tomárselo en serio. Al menos para reflexionar sobre los extraños vaivenes de
nuestra diplomacia, que considera a Estados Unidos un país «amigo y aliado»
para, a continuación, darle agriamente con la puerta en las narices.
Nadie ha explicado con argumentos sólidos por qué se decidió desterrar a las
barras y estrellas del abigarrado desfile militar que organizó el ministerio de
Bono con motivo del Día de la Fiesta Nacional. Quizás el único que tenía todas
las claves era el embajador de los Estados Unidos, que evitó su presencia en la
plaza de Colón. Aquí seguimos jugando al pim-pam-pum con el tío Sam, en un
homenaje imperecedero al 98 en el que aún sigue anclada nuestra izquierda
exquisita y contra el que tanto se empleó José María Aznar.
Cabalga el diletantismo por los cerros de la Moncloa y nuestros empresarios
retornan temerosos de sus viajes de negocios a los Estados Unidos. La oleada de
simpatía desatada allí tras el 11-M se ha esfumado en unos meses por el sumidero
del desprecio, y lo que antes era cariño se ha tornado en rechazo. A todo esto,
Moratinos sigue entonando el hare krishna por esos mundos de Dios (o de Alá)
mientras que Solbes, con el crudo dos palmos por encima de sus inteligentes
cejas, se difumina como el personaje de Woody Allen.
Celebramos sin banderas americanas la liberación de París, que es como
celebrar la Semana Santa de Sevilla sin la Macarena, y la llenamos de moustaches
y madelón, que es por donde el Gobierno socialista ha trazado la ruta de nuestra
acción exterior. Pero Chirac acaba de volver de Pekín, atando sus negocios.
Francia y China, los amigos de Sadam. Recuerden el alineamiento de votos en el
Consejo de Seguridad de la ONU cuando las encendidas votaciones sobre Irak. El
Congreso de los Estados Unidos sustituyó entonces las patatas fritas («french
fries») por patatas de la libertad («freedom fries») y puso a la «grandeur» bajo
sospecha. Y ahora nosotros, en nuestra pequeñez, de la mano de nuestros nuevos
aliados, vamos a escupirle en la dignidad al amigo americano, confiando en que
al final el bufón de Michael Moore y los pensadores de la antiglobalización
desalojen a Georges Bush de la Casa Blanca. Ni que John Kerry hubiera nacido en
San Petersburgo y no se sintiera insultado cuando se agrede a su patria. Pero no
olvidemos el instalado tópico: los estadounidenses tienen tics infantiloides.
Viven sumidos en la creencia de que con su país no se juega, de que no hay quien
ose ponerle sus sucias manos a una sola de sus estrellas sin que pase a engrosar
la lista de los indeseables. Ya sea demócrata o republicano, ya se llame Bush o
Kerry, ya sea de Oregón o de Arkansas, ya sea negro o blanco.
Cegado por su buena voluntad manchega, José Bono, quien sólo se arrodilla en
el confesionario, ha confundido a Bush con su bandera, a Mc Donald’s con los
Estados Unidos y a Disneylandia con la primera potencia mundial. Daltonismo,
impericia o búsqueda del aplauso fácil. Siempre le quedará París.
Pero con un taimado vecino a cuatro palmos de Algeciras, con una crisis
económica que ya se nos anuncia, con una España más dependiente del petróleo que
ningún país de la UE y con los socios que nos hemos buscado (la dulce Francia y
la entrañable Alemania) ya podemos empezar a encomendarnos a algún santo, y no
precisamente a San Segundo.
Porque Europa, como bien saben los británicos, no existe más que en la
calderilla del euro. Porque su futura Constitución será el parto de los montes
del que nacerá un ratón desvitaminizado. Porque suenan ya los clarines del
proteccionismo en nuestro Viejo Continente y porque, al final, no hay más
alternativa que la trasatlántica. Seguir escarbando en las entrañas de ese
nuestro antiamericanismo adolescente no sólo entraña un ejercicio alejado del
pragmatismo, sino que conduce a la periferia de los marginales. En Túnez,
Rodríguez Zapatero arengó a las potencias presentes en Irak a abandonar aquel
territorio a su suerte, unos días después de que su Gobierno se hubiera
comprometido en la ONU justamente a lo contrario. Si lo que aspiramos es a ser
líderes de un nuevo movimiento de No Alineados, estamos en el sendero correcto.
Y aquí en casa, seguimos jugando a arriar e izar banderas, a inventarnos
pequeños países tan sólo sustentados en delirios atávicos, a reformar
constituciones, estatutos, a juguetear con derechos civiles con prosa de
barricada, a mangonear con la arquitectura de la Justicia, a emborracharnos de
multiculturidad de manual… O sea, la modernidad, el laicismo y el desparpajo.
Expulsar a los marines del desfile no es un acto de mediocres, como dice el WSJ.
Es una ofensa gratuita. Estos desplantes pasan factura. Por las calles de Nueva
York todo lo que suena a español empieza a ser contemplado con recelo. Y o
Elvira Lindo lo remedia o dentro de nada aparecerán por paredes de la Quinta
Avenida unas pintadas nada hiperbólicas que pondrán algo así como «Spain go
home».