LA MAQUINARIA DEL DESCRÉDITO

 

 Artículo de HORACIO VÁZQUEZ-RIAL  en  “ABC” del 27/09/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 Con una nota al pie: Y MUCHO MAS (L. B.-B., 27-9-04, 11:30)

 

LA siembra del desprestigio se ha hecho hábito en las sociedades abiertas. En cierto momento, Bertolt Brecht dejó de ser un gran dramaturgo con ideas políticas más que discutibles, y que debían ser discutidas, para convertirse en un plagiario inveterado. Arthur Koestler dejó de ser un gran novelista y ensayista para convertirse en un mujeriego, alcohólico y violento, y con toda probabilidad en un violador múltiple. Los autores de esas biografías escandalosas, que no lo eran por lo que hubiese de escándalo en las vidas de los biografiados, sino por el hecho mismo de su escritura y su publicación, han entrado en el feliz olvido, pero habiendo dejado abierta una puerta. Y por ella entraron no pocos artífices de la peor política, la que se hace para ganar elecciones y no para contribuir al bien general. Ideólogos pragmáticos, comprobaron que se podía perfeccionar la vieja consigna del «calumnia que algo queda», aún más allá del punto al que la había llevado Goebbels al aseverar que las mentiras repetidas acaban por convertirse en verdades. Si cabía reducir la figura de Winston Churchill hasta instalarlo en la memoria general como un alcohólico, y cabía publicar artículos sobre Adolfo Hitler encomiando su talento de acuarelista y su amor por los perros, todo era posible. Lo hicieron tanto y tan bien, con la ayuda de unos medios de comunicación enormemente desarrollados, que dieron lugar a la destrucción sistemática de referentes sociales, referentes que cada nueva generación necesita como el aire que respira. Porque, si los individuos no representan nada, y siempre se los puede sacar en un programa de cuentos de alcoba o en una página de sucesos, menos representan los símbolos que cada figura política tiene la misión de validar con su acción, desde la bandera de un país hasta el Estado mismo.

José María Aznar ha sido doblemente víctima de esa maquinaria deletérea, y del rescate de su buen nombre y honor depende una parte significativa del futuro español.

Es un hombre valiente en términos materiales, como demostró en ocasión del atentado de 1995, y en términos morales, asumiendo personalmente las decisiones que llevaron a una renovación sin precedentes de las relaciones exteriores españolas, y las consecuencias políticas de esas decisiones. La maquinaria funcionó a la perfección a la hora de esparcir sospechas en relación con el atentado, y también a la hora de descalificar la política exterior del gobierno popular, sin proporcionar ninguna razón real de oposición, es decir, movilizando a miles de ciudadanos contra la participación española en la guerra de Irak, sin reconocer en ningún momento que la actitud seudopacifista frente a esa guerra estaba ligada a los intereses políticos del eje franco-alemán.

José María Aznar no mintió el 11 de marzo, como no había mentido en ningún momento en relación con su proyecto, exitoso, por cierto, de dar a España un papel relevante en la escena internacional. En las Azores, y antes de las Azores, al establecer las políticas que le llevaron hasta allí, era consciente de los riesgos que se asumían al desempeñar un papel de potencia en la defensa de Occidente frente al terrorismo islámico. Que los partidos de la oposición no quisieran correr esos riesgos y prefirieran disfrazar a España de lo que no es, renegando de su occidentalidad, es harina de otro costal. Sin embargo, la maquinaria del infundio ha funcionado de tal modo que lo único que se deduce del ruido político de los medios es que Aznar mintió, cosa que no ha demostrado ni demostrará la penosa comisión parlamentaria a la que se encargó el asunto.

José María Aznar, además de ser un hombre valiente y que dice la verdad hasta el punto de cumplir con la más difícil de sus promesas, el retiro de la política, hizo una política exterior ejemplar. Por primera vez desde 1898, España ocupó el lugar que le correspondía en el mundo, los inversores españoles pudieron pensar en la América hispana en términos de colaboración con los Estados Unidos, y los vínculos con Marruecos se establecieron como se deben establecer los vínculos con países con los cuales hay conflictos de soberanía, a corto o largo plazo.

Y aquí la maquinaria muestra su rostro más perverso, el del descrédito del lenguaje, que se ha venido a sumar al de las personas y los símbolos. Quienes intentamos reivindicar la figura de José María Aznar, encontramos difícil dar con las palabras adecuadas, palabras que no estén desvalorizadas. Nadie puede decir que es un orgullo para España que Aznar haya sido merecedor de la medalla del Congreso de los Estados Unidos, porque Estados Unidos es un nombre maldito. Nadie puede decir que Aznar no ha sido invitado a enseñar en Georgetown por el presidente Bush, sino por quienes gobiernan esa universidad privada, los jesuitas; porque, finalmente, Georgetown está en los Estados Unidos, y no importa si allí vive el mismísimo San Ignacio -después de todo, la palabra «católico» tampoco es lo que era- y a ese país de nombre maldito sólo se puede ir de cuando en cuando a recoger un Oscar.

Tampoco se puede plantear la defensa de Aznar en los términos en que vengo haciéndolo,diciendo que sus políticas fueron las más correctas desde el punto de vista de los intereses de España. ¿España? Es una palabra sin contenido, algo del pasado, políticamente incorrecto: hay que decir Estado español. La gran maniobra de descrédito contra Aznar incluye, a partes iguales, la descalificación de los Estados Unidos y de España. ¿En nombre de qué soberanía, bajo qué bandera, vamos a retener Ceuta y Melilla, si por este camino no podemos retener ni una selección deportiva?

Se podrían sumar otros méritos a la persona de José María Aznar: además de ser valiente, de decir la verdad, de actuar guiado por los intereses de España, tiene el respaldo de cerca de diez millones de españoles que no cedieron al bombardeo de los medios a lo largo de dos años de campaña y que para la maquinaria, no cuentan.

Por si algo faltara, ahora ha aparecido quien no vacila en comparar a Aznar con Ben Laden. Alguien que, por otra parte, estará de acuerdo y hasta fomentará la tontería de la alianza de civilizaciones, consigna no por hueca menos peligrosa cuando se la lanza junto con la del laicismo del Estado y la declaración de guerra a la Iglesia: recortes a la enseñanza católica y financiación de la del islam en las escuelas públicas. Y que no vaya Aznar por ahí, diciendo que en 711 pasó algo en la Península.

No nos engañemos: al PSOE no le interesa la alternancia en el poder, no le preocupa que el régimen real sea bipartidista o pluripartidista, y preferiría representar durante las próximas décadas el papel del PRI en México, con los nacionalistas de cómplices, si es que los pactos actuales con ellos no acaban con España. Por lo tanto, lo que cabe esperar es que hagan todo lo posible por borrar al PP del mapa. Y el descrédito de Aznar es el primer paso en ese camino, porque su prestigio es también el prestigio del PP. Ese PP cuyo congreso nacional se inicia en unos días, y en el que nadie está haciendo una defensa consecuente de sus ocho años de gobierno: es de esperar que la designación de Aznar como presidente del partido no sea un premio de consuelo ni un anuncio de jubilación ideológica, porque en ello se juega el futuro del liberalismo conservador español.

 

Y MUCHO MAS, España se juega mucho más que eso: el construir una democracia moderna de una vez, y no volver a fracasar históricamente. Quizá por primera vez en nuestra Historia la derecha ha actuado civil, democrática y eficazmente, y los demócratas debemos preservar ese logro, y no hundirlo por sectarismo, perversión moral y cortedad de miras. Es necesario apelar a la responsabilidad de la izquierda y al sentido común del pueblo español, pues la consolidación de una democracia española moderna está en juego (L. B.-B., 27-9-04, 11:30)