¿ES ÉSTA UNA GUERRA JUSTA?

  Artículo de MICHAEL WALZER  en  “El País” del 08.04.2003

 

Michael Walzer es profesor de Ciencias Sociales en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton; autor, entre otros ensayos, de Guerras justas e injustas. © Michael Walzer / Dissent Magazine, 2003. Traducción de News Clips.

 

Es una pregunta muy concreta. No se refiere a si la guerra es legítima conforme al derecho internacional, ni a si es política o militarmente prudente librarla ahora (o nunca). Sólo pregunta si es moralmente defendible: ¿justa o injusta? Dejo el derecho y la estrategia a otra gente.

La guerra de Sadam es injusta, aunque él no iniciara los combates. No está defendiendo su país frente a un ejército conquistador; está defendiendo su régimen, el cual, teniendo en cuenta su historial de agresión en el extranjero y brutal represión en el interior, no tiene ninguna legitimidad moral, y se resiste a desarmar a su régimen, como le ordenó Naciones Unidas, aunque luego no le obligara a obedecer. Ésta es una guerra que él podía haber evitado cumpliendo sencillamente las exigencias de los inspectores de la ONU, o, al final, aceptando el exilio por el bien de su país. Es cierto que la defensa propia es el caso paradigmático de guerra justa, pero lo de propia se refiere a un colectivo, no a una sola persona o a una pandilla de tiranos que se aferra desesperadamente al poder, independientemente del coste para la gente de a pie.

La guerra de EE UU es injusta. Aunque desarmar a Irak es un objetivo legítimo, moral y políticamente, es un objetivo que casi con toda certeza habríamos podido conseguir con medidas que no fueran una guerra a gran escala. Siempre he rechazado el argumento de que la fuerza es el "último recurso", porque a menudo, como los franceses demostraron este otoño e invierno pasados, la idea de "último" es meramente una excusa para posponer indefinidamente el uso de la fuerza. Siempre hay algo más que hacer antes de lo que viene en último lugar. Pero la fuerza era necesaria para todos los aspectos del régimen de contención, que era la única alternativa a la guerra, y fue necesaria desde el principio. Las zonas de restricción de vuelos y el embargo requirieron medidas enérgicas casi todos los días, y los inspectores regresaron a Irak sólo gracias a una amenaza creíble por parte de EE UU. La fuerza no es una cuestión de todo o nada, y no es una cuestión de primero o último (o de ahora o nunca); su uso tiene que ser oportuno, y tiene que ser proporcionado. En marzo de 2003 se podría haber hecho frente a la amenaza que representa Irak con algo que no fuera la guerra en la que ahora estamos metidos. Y una guerra librada antes de su momento no es una guerra justa.

Pero ahora que estamos en ella, espero que la ganemos y que el régimen iraquí caiga rápidamente. No voy a manifestarme para que pare la guerra mientras Sadam siga en pie, ya que eso reforzaría su tiranía en el interior del país y le convertiría, una vez más, en una amenaza para todos sus vecinos. Mi discusión con los que se manifiestan en contra de la guerra depende de la justicia relativa de dos desenlaces posibles: o una victoria estadounidense, o todo lo que no lo sea, que Sadam podría considerar como una victoria suya. ¿Pero -preguntarán algunos de los manifestantes- no validaría el primero la desastrosa diplomacia de la Administración de Bush que condujo a esta guerra? Sí, podría ser, pero, por otro lado, el segundo final validaría la diplomacia francesa, igualmente desastrosa, que rechazó todas las oportunidades para ofrecer una alternativa a la guerra. E, insisto, reforzaría el juego de Sadam. Pero hasta la gente que estaba en contra de iniciar esta guerra puede todavía insistir en que debería dirigirse conforme a los dos compromisos cruciales asumidos por la Administración de Bush. En primer lugar, que se haga todo lo posible por evitar o reducir las bajas civiles; éste es el requisito esencial para que haya jus in bellum, justicia en la forma de dirigir la guerra, que todos los ejércitos en todas las guerras están obligados a cumplir, independientemente de la moralidad de la guerra en sí. En segundo lugar, que se haga todo lo posible por garantizar que el régimen pos-Sadam sea un Gobierno de, por y para el pueblo iraquí; éste es el requisito esencial de lo que podría denominarse jus post bellum, la parte menos desarrollada de la teoría de la guerra justa, pero, evidentemente, importante estos días.

Puede que la democracia sea una aspiración utópica, dada la historia de Irak y los antecedentes en política exterior de EE UU en estos últimos cincuenta años; desde luego, no es fácil imaginar que se consiga. Pero es fácil imaginar algo mejor que el partido Baaz en Bagdad y estamos moralmente obligados a perseguir un acuerdo político en el que quepan shiíes y kurdos, independientemente de las dificultades que implique. Las críticas al unilateralismo estadounidense deberían centrarse por el momento en el esfuerzo para lograr un final justo para esta segunda guerra del Golfo. Y también deberían hacerlo las críticas a la irresponsabilidad europea. Estados Unidos necesitará ayuda en Irak (como también la necesitó y sigue necesitándola en Afganistán), y eso inmediatamente plantea dos preguntas: ¿estamos dispuestos a pedir a otros países, o la ONU como su representante, que desempeñen una función importante en la reconstrucción política y económica de Irak? Y, ¿están Francia, Alemania y Rusia dispuestas a desempeñar esa función, que implica responsabilizarse, junto con nosotros, de que se consigue un resultado decente? Estos tres países no estuvieron dispuestos a asumir ninguna responsabilidad en un régimen serio de contención antes de la guerra; ni tampoco estábamos nosotros dispuestos a invitarles a participar en un régimen así. Nosotros nos comprometimos, demasiado pronto, con la guerra; ellos se comprometieron desde el primer momento con la pacificación. Un esfuerzo de cooperación para llevar la decencia política a Irak, y para ayudar a reconstruir la economía del país, podría empezar a crear un punto medio en el que el multilateralismo pueda arraigar. Y luego podemos ponernos a trabajar en el historial de la Administración de Bush en lo que respecta al medio ambiente, y su oposición al Tribunal Penal Internacional, y su cancelación del tratado sobre prohibición de pruebas, y su derecho a un poder hegemónico más allá de todo desafío, y...