DIVISIÓN Y DICTADURA

 

 Artículo de GERMAN YANKE  en  “ABC” del 27/09/04

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 Tras el discurso de Juan José Ibarretxe en el Parlamento de Vitoria, el secretario general de los socialistas vascos, Patxi López, señaló que el plan del lendakari divide a los ciudadanos de esa Comunidad autónoma y no resuelve nada. El secretario general del grupo socialista en el Congreso, Diego López Garrido, definió por su lado el proyecto del PNV con el curioso adjetivo de «divisionista», después de que el PSOE viniera subrayando, según doctrina del presidente Rodríguez Zapatero de que se trata de algo ya superado por los acontecimientos, es decir, inútil en las actuales circunstancias. Circunstancias en las que, según esta reiterada doctrina socialista, el camino válido y útil sería la revisión del Estatuto de Guernica y la ampliación pactada de la autonomía.

Es cierto que el plan Ibarretxe divide, no hay duda de ello. Basta con contemplar someramente el debate desde que se anunció por vez primera. Pero no es ese, a mi juicio, su principal defecto, porque, ciertamente, no trata de dividir, sino, lo que es aún más lamentable, subsumir la ciudadanía -que puede estar legítima y democráticamente dividida- en el concepto de «pueblo», tan vaporoso como inquietante elemento para una dictadura étnica que el nacionalismo quiere administrar.

Por ello no resuelve lo que sin duda López, Rodríguez Zapatero y el PSOE quieren, que no puede ser otra cosa que adentrar definitivamente el País Vasco en las líneas generales de la democracia reconocida por la Constitución española. Pero si sirve para resolver algunas de las cuitas del nacionalismo vasco, porque el carácter totalitario de este no le convierte en mentecato. La pervivencia del nacionalismo, como doctrina indefendible intelectualmente y contraria al concepto de ciudadanía libre, es un misterio que ya asombró a Berlín, pero es un hecho. Hay una pulsión a anestesiar los riesgos de la libertad en un comunitarismo étnico que, mediante el hábil juego de mostrarse agredidos disfrazando así el absurdo y el fracaso, es aprovechada por los nacionalismos una y otra vez. El PNV maneja este escenario como nadie y se ha aprovechado una y otra vez de los complejos de quienes deberían defender con más firmeza el Estado de derecho y las libertades individuales.

El plan Ibarretxe plantea, bajo la careta de la reconciliación, la existencia de un «conflicto» y busca, bajo la promesa de congelarlo, que los no nacionalistas cedan sus más elementales convicciones a favor del verdadero objetivo práctico: la unidad de los nacionalistas, el ensamblaje del viejo PNV con las organizaciones del entorno de ETA. Para el PNV es útil, resuelve su problema, porque otro tipo de alianzas, como la que mantuvo durante años con el PSOE, sostienen el poder pero dificultan la «gran Euskadi» totalitaria.

Se habla una y otra vez de discrepantes en el PNV, de sectores que «preferirían» que se retirase el proyecto y se reiniciaran nuevas vías. Estoy por ver realmente y activo en el escenario ese supuesto espacio crítico del nacionalismo vasco más allá de personales deserciones. En todo caso, observo un cierto e interesado miedo al peligro de que la apuesta no salga bien y se pierda el poder. Nada más. El sector disidente se sostiene en el cálculo, no en la defensa de la ciudadanía y la libertad. Ibarretxe lo sabe mejor que el PSOE y trata de convencer a sus correligionarios dudosos de que su proyecto asegura, con la ilegalizada Batasuna a un lado, con los violentos convertidos en policía vigilante, como sea, el mantenimiento de los recursos del poder.

El PSOE debería darse cuenta de ello. Las circunstancias actuales del PNV no son hoy distintas que antes de las elecciones porque se mantienen sus pulsiones y sus objetivos. La alternativa al Plan no es otro Estatuto, sino la democracia. La alternativa a Ibarretxe no es pactar el poder con los disidentes del nacionalismo, sino, junto al PP, desplazar de aquel al PNV.