CRISIS DE IDENTIDAD

 

Artículo de  José Antonio ZARZALEJOS en “ABC” del 23.03.03

Ni el Gobierno ni la oposición, en mi modesta opinión, han alcanzado el grado suficiente de empatía social para calibrar que lo que está ocurriendo a propósito de la guerra de Irak no es otra cosa que una seria crisis de identidad colectiva en nuestro país. La transición brusca de una adolescencia internacional de España a un grado de madurez tal que la sitúa en el ojo del huracán del debate mundial, ha roto las costuras de un traje nacional que, en su dimensión internacional, ha transitado en los últimos veinticinco años por la senda de la discreción. Todo lo más, las incorporaciones a la OTAN y a la Unión Europea han sido acontecimientos de integración, en tanto que nuestra participación en la nueva coalición con Estados Unidos y el Reino Unido se ha percibido como una desagregación.

Se conseguirá con el tiempo que los réditos de la actitud gubernamental reviertan al Partido Popular y hasta es posible que un desarrollo bélico en el que no se cumplan las peores hipótesis de víctimas y destrozos mejore sensiblemente el actual distanciamiento con el Ejecutivo. Pero, como todas las crisis sociales, ésta pasará factura electoral y afectiva al Gabinete cuya mejor oportunidad estaría en aprovechar el desmayo de la izquierda y, más en concreto, del Partido Socialista.

Acompañar el movimiento popular no es liderarlo. Y ceder la teorización de la negativa a la guerra a voces que no asumirán la responsabilidad futura de Gobierno y la consecuente de construir una alternativa a lo que ahora se critica, ha sido, quizás, el fallo más evidente de la estrategia del PSOE. La insuficiencia de la respuesta política a las decisiones gubernamentales por parte de los dirigentes socialistas, constituye también una carencia de empatía social. Constatar que la gente dice no a un enfrentamiento bélico resulta una obviedad y dejar que los discursos callejeros queden en la pluma y la voz de personas -que por respetables que sean, no traducen el discurso ideológico del socialismo español- pasará también su factura, más o menos atemperada, respecto de la que deberá abonar el Gobierno. Algunos efectos colaterales, pero muy serios, de la abdicación del PSOE en la dirección de la crítica al Ejecutivo de Aznar están a la vista: zarandeo dialéctico a dirigentes políticos elegidos en las urnas; apelativos insultantes a los responsables gubernamentales, no sólo de España, sino también de otros países; introducción irresponsable en el debate del alcance de las funciones de la Jefatura del Estado en esta crisis; presión y agresión a los candidatos del PP a las próximas elecciones autonómicas; apedreamientos de sedes del partido del Gobierno; crecimiento público y mediático de los representantes de las opciones más radicales y hasta ahora marginales y, entre otros más episodios lamentables, el intento de criminalizar las decisiones de un Gobierno democrático.

A Aznar muy posiblemente le cabe, junto a la virtud de la determinación, el defecto de su incapacidad de persuasión y de catalizador de voluntades, pero al PSOE debe atribuírsele también una decepcionante musculatura ideológica y de política institucional que explica que, sobre la crisis de identidad de la sociedad española en su repentino papel de factor internacional en una encrucijada mundial delicadísima, hayan emergido conductas, lenguajes y discursos de una indudable involución en la izquierda social.

Recomponer la situación y, sobre todo, encauzarla institucionalmente sin dejación de criterios, diagnóstico y principios, no es un llamamiento retórico y voluntarista sino una necesidad democrática urgente. Porque al desconcierto nacional de desempeñar un papel conforme a un guión internacional que no hemos ensayado, se ha unido la contemplación, también desconcertada, de la reaparición de un significativo número de pescadores dispuestos a echar el anzuelo en las revueltas aguas de la coyuntura española.