RECONOCIMIENTO A JOSÉ MARÍA AZNAR

 

  Artículo de JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS en “ABC” del 25.01.2004

Ha dicho José María Aznar que deja la Presidencia del Gobierno «con la conciencia tranquila» y «el país mejor que cuando lo encontré». Se trata de un balance sobrio que hace énfasis en un criterio moral -la probidad u honradez personal- y en otro de carácter político, la eficacia en la gestión. Muchos ciudadanos compartimos ese resumen en su integridad. Porque ambas afirmaciones presidenciales son susceptibles de objetivación. Personalmente, me parece más relevante la primera consideración, que apela a la tranquilidad de conciencia, porque creo que la grandeza y la dimensión de Aznar trasciende a su ejecutoria estrictamente política y gestora para encontrar en su planteamiento ético la explicación de su modo de ser y de estar en la vida pública.

El presidente se ha investido de unos atributos de imagen que tienen mucho de estrategia defensiva. Su distanciamiento afectivo, su adustez, su proclamada ausencia de simpatía, sus silencios y la medición implacable de los tiempos políticos no le han reportado una buena percepción en términos mediáticos, pero le han granjeado -después de que muchos se lo hayan negado con una insistencia abiertamente sectaria- un generalizado respeto. Y a Aznar le ha importado más lo segundo que lo primero, porque en su dosificado aislamiento ha encontrado la libertad de actuación en los márgenes que a un jefe de Gobierno le corresponden.

Ha sido esa interiorización personal de José María Aznar -a veces exasperante; mucho más, incluso, para aquellos que le aprecian- la que le ha permitido abordar en dos fases siempre calculadas sus decisiones: el diagnóstico muy elaborado del problema y la ejecución exigente, rígida, posterior, de las medidas para resolverlo. Ese proceso de asimilación personal de las cuestiones que le retaban ha conducido a Aznar a una manera muy personalista de entender su papel, pero de esa forma de actuar y comportarse no se ha seguido ni la desagregación de sus equipos ni la pérdida de confianza de sus colaboradores. Y a lo que se ha visto, tampoco del electorado.

Sólo así se entiende cómo Aznar ha abordado la cuestión terrorista hasta sanearla casi por completo, propiciando, como estrategia complementaria, el desenmascaramiento del nacionalismo vasco, al que ha empujado a una radicalidad esclarecedora, de tal manera que su margen de maniobra sólo es ya el de regresar a la moderación. De forma similar, la apuesta por una determinada política económica ha encontrado en la perseverancia y en la convicción la fórmula de un éxito que ha rebasado los modelos tradicionales de Francia y Alemania. Quebrar la inercia de nuestra política exterior es otra muestra de la determinación innovadora del presidente, lo mismo que la superación tesonera de la insuficiencia de perspectiva internacional que se le imputaba, transformándola en una visibilidad externa como la de ningún otro presidente de Gobierno.

El acierto o el yerro en las decisiones de Aznar es materia opinable y en su trayectoria habrá de lo uno y de lo otro en abundancia. Pero lo innegable es que el presidente ha marcado una pauta singularísima que si es válida también para otros ámbitos ideológicos alternativos al que él representa, ha sido definitiva en la quebradiza derecha democrática española, que con él ha alcanzado una total articulación partidaria, una personalidad gestora y unos principios ideológicos irreversibles en sus posibilidades de opción de Gobierno y, eventualmente, de alternativa a la de centro izquierda del socialismo español.

La historia, que, como escribe Fernando García de Cortazar en su espléndido «Los mitos de la Historia de España», tiene la mala costumbre de repetirse, ha sido para Aznar una hoja de ruta para evitar que el moderantismo español sea un impenitente guadiana en la vida pública de nuestro país. Aznar, creo, lo ha conseguido. El conflicto ambiental que ha rodeado su gestión, esa sensación térmica de enfrentamiento constante, ese clima espeso que procura la dialéctica desabrida, tiene una explicación a mi juicio muy clara: Aznar ha construido la derecha democrática sin concesiones, con probidad y alto coste personal, con eficacia y, a tenor de los resultados, con acierto. Y los que nos insertamos en el esquema moderantista de lo público; en la militancia en un determinado cuadro de valores; en una acendrada concepción nacional de España, en su versión interna y externa, tenemos el deber de ser ponderados en la cuenta de resultados de su gestión, pero generosos y agradecidos en la fibra ética que ha demostrado y en los propósitos por los que se ha guiado. Los que le siguen en su partido deben asimilar las enseñanzas de la parábola de los talentos en la que enterrar la moneda y esperar fue un comportamiento evangélicamente reprochado.