A LO QUE ESTAMOS

 

 Artículo de José Antonio ZARZALEJOS  en  “ABC” del 04/04/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

Se dice que entre derecha e izquierda las diferencias se han difuminado hasta lo imperceptible porque la política se confunde con la gestión y las ideologías se han contraído en beneficio de las recetas de eficacia. Se aduce que, al final, las pautas para el crecimiento, el progreso y el bienestar siempre son las mismas en una economía y en una sociedad abiertas. También se supone que quienes esto afirman son, en realidad, los derechistas más acomplejados, que pretenden un crepúsculo ideológico (¿les suena la metáfora?) para camuflar su nadería de ideas y valores. Si así fuese ¿dónde están las diferencias entre los gobiernos de izquierda y de derecha? Los gurús del gauchismo (nada que ver con la izquierda real) tienen una respuesta inmediata: en las denominadas políticas sociales «liberadoras». Lo son todas aquellas que los gobiernos de la derecha no aborda. Es decir, la liberalización del aborto, el ultrafeminismo, el matrimonio entre homosexuales (adopción incluida), el pacifismo antiamericano, el «castrismo» como referente de una resistencia revolucionaria a los pies de Estados Unidos, los nacionalismos sin Estado... todo un elenco de cuestiones que forman parte de una estética progresista de corte cultural llamativamente incoherente.

Lo cierto y verdad, sin embargo, es que todos esos asuntos, siendo importantes, no dejan de constituir una especie de espuma bastante volátil. El fondo de las grandes cuestiones -con capacidad expansiva para afectar a enormes colectivos- está en otros debates. No es inocente que en los primeros compases tras las últimas elecciones generales hayan emergido el aborto libre y el matrimonio homosexual como iniciativas supuestamente inmediatas del nuevo Gobierno socialista. Es posible que lo sean, pero el episodio suena a conocido porque la realidad social es la que es -la correlación de fuerzas en el Parlamento también- y parecería que tras esas discusiones denominadas sociales se quisiera distraer la atención sobre las decisiones que en política territorial, económica y exterior son las que marcan de verdad a los Gobiernos y sus trayectorias. Y las marcan porque es en esos temas donde se percibe si hay o no alternativa.

¿Cómo bascularán los socialistas desde la actual posición exterior de España hacia otra más próxima a Francia? ¿Qué repercusiones tendrá este giro en relación con Iberoamérica y Marruecos? ¿Nos considerarán París y Berlín de manera distinta y superior a la actual? ¿Rompemos o no el rigor de la estabilidad presupuestaria? ¿Se mantiene la tendencia de reducir la carga fiscal de los ciudadanos o se invierte? ¿Será España un Estado plurinacional o autonómico como ahora? ¿Cómo se erigirá un nuevo sistema de financiación autonómica que respete los actuales equilibrios exigidos por la solidaridad?

Ésas, me temo, son las preguntas sustanciales que requieren grandes respuestas -y no fáciles- en los próximos meses. Y eso es a lo que debemos estar, porque si nos distraemos con debates que, siendo importantes, no afectan a las mayorías y plantean colisiones sociales innecesarias se desplazará el foco de atención en beneficio de una dialéctica imposible -la del nihilismo y la de la exigencia individual y colectiva, perdiendo siempre ésta y venciendo siempre aquella- y de la opacidad en la visualización de los aciertos y los errores que el nuevo Gobierno logre o padezca en las decisiones que le esperan, con impaciencia, en el umbral de esta nueva legislatura, en la que el acoso al presidente «in pectore» lo protagonizan más los «amigos» que los adversarios.