ABU GHRAIB
Artículo de José Antonio ZARZALEJOS en “ABC” del 16/05/2004
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
Son exactamente lo que parecen.
Fotografías en las que las víctimas de las torturas son infinitamente
superiores, en su humanidad quebrantada, a los verdugos de malsana sonrisa,
lujurioso gesto y crueldad indiferente. Estos terribles episodios no son un
«fallo» en ninguna cadena de mando militar. Antes que eso constituyen un fracaso
moral de proporciones espeluznantes. Y sirven para conjeturar con solvencia que
en ese «choque de civilizaciones» -Occidente y el Islam- estamos en una neta
inferioridad porque frente a la coherencia asesina de degollar ante las cámaras
a un «buey norteamericano», los efectivos norteamericanos que torturan y vejan
lo hacen con ocultación, en abierta contradicción con los valores que sus
dirigentes -que, guste o no, tienen mucho que ver con los nuestros- dicen
pretender. Cuando el islamismo fanático clama con seguridad por su victoria
quizá sabe o intuye que la debilidad política en la defensa de nuestro modo de
vida, de nuestra civilización, es el trasunto de una enorme fragilidad moral que
desencuaderna y desvencija los comportamientos a los que deberíamos atenernos.
Las horrendas imágenes de la prisión de Abu Ghraib -que no admiten paliativos
compensatorios ni argumentarios equilibradores-, tanto como indignar a los
musulmanes, expresan el vaciamiento de autenticidad en aquello que se dice
creer.
En un ensayo lleno de rigor, conocimientos y ponderación, Emilio Lamo de
Espinosa («Bajo puertas de fuego. El nuevo desorden internacional». Editorial
Taurus), relata una observación que serviría, a mi juicio, para entender el
embarranque de los principios que se ha producido en el conflicto bélico de
Irak. Lamo de Espinosa atribuye a Estados Unidos una «sobrerreacción» tras el
11-S que se correspondería a una «infrarreacción» europea, de tal suerte que el
equilibrio se ha quebrado en la «hiperpotencia», primando los criterios de
seguridad sobre los de libertad plasmados parcialmente en la Patriot Act de 2001
y, sobre todo, en un clima ambiental que hace digerible el escarnio de la
prisión de Guantánamo y la merma -«erosión», puntualiza Lamo de Espinosa en su
libro- de los derechos civiles de los propios norteamericanos. Pero esa suerte
de dinámica que deja la escrupulosidad garantista en un segundo plano se produce
en parte porque la insolidaridad -no sólo material y política, sino
especialmente moral- de buena parte de Europa ante el ataque terrorista del 11-S
provoca en los Estados Unidos una frustración próxima a un síndrome de
incomprensión que abre las puertas de par en par a una percepción de soledad que
obliga al despliegue autónomo de la fuerza sin los frenos y contrapesos que se
produjeron en otras circunstancias cruciales del devenir internacional.
No se trata de compartir responsabilidades, pero sí desde luego de asumir que
las torturas y vejaciones en las prisiones iraquíes a manos de soldados
norteamericanos son leídas en términos generalizadores por ese enemigo vacuo
pero cierto que es el terrorismo islamista. La guerra de Irak está perdida sin
remedio en lo que una guerra puede trascender de su significación material,
porque esa «sobrerreacción» americana que ha allanado el camino a la
insensibilidad y la incoherencia respecto de nuestras exigencias morales, no
permite la depuración ejemplar de responsabilidades. La seguridad y «la guerra»
contra el terrorismo se han «teologizado», en expresión de Emilio Lamo de
Espinosa. La seguridad como característica inmanente a la concepción social y
política de los Estados Unidos, cuando no se equilibra con una multipolaridad de
sugestiones y colaboraciones, puede terminar, como ha ocurrido ahora, en las
lúgubres mazmorras de Abu Ghraib.