LA YUXTAPOSICIÓN DEL PSC

 

 Artículo de José Antonio ZARZALEJOS  en  “ABC” del 04/07/2004

 

Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)

 

 

La relación entre el PSOE y el PSC no es de simbiosis sino de yuxtaposición, porque ambos partidos no ponen en común sus energías políticas, sino que las sitúan unas junto a las otras, con objetivos sólo parcialmente coincidentes. Y es esta circunstancia de raíz histórica y de naturaleza orgánica e ideológica la que arroja sobre el socialismo ahora gobernante un determinado grado de incertidumbre porque introduce en su funcionamiento una tensión interna que no es de influencia, sino de poder y de proyecto. Sin el salto cualitativo y cuantitativo del PSC, estratégico y electoral, Rodríguez Zapatero no estaría hoy en el Gobierno de España y, al ser consciente de este peaje, el presidente y secretario general del PSOE no tiene más alternativa que subordinarse, a veces con discreción, otras abiertamente, a los criterios del socialismo catalán. No se trata sólo ni principalmente de una hipoteca anotada en el registro político del actual PSOE, sino de un dato de la realidad nada cuestionable que condiciona el desenvolvimiento del Gobierno y del propio Partido Socialista. Un factor, pues, decisivo para analizar con el suficiente realismo los derroteros por los que discurrirá esta legislatura y los del propio PSOE.

La gran transformación del partido en el Gobierno se explica por la mutación casi radical de los planteamientos que adoptó en la transición con los que ahora propugna. En los años ochenta, el socialismo español hundía su identidad en la concepción del partido y de la Nación que propugnaban vascos y andaluces. Eran «jóvenes turcos», neonacionalistas de progreso, con un proyecto estatal comandado por líderes forjados en la adversidad vasca -Nicolás Redondo, Ramón Rubial- y por la agudeza ideológica y táctica que brotaba de la Andalucía de Felipe González y Alfonso Guerra. España no se ha visto nunca igual desde el constitucionalismo vasco y desde el irredentismo andaluz que desde la Barcelona catalanista de Maragall. Pero los meandros de la historia reciente de España han acendrado la mistificación del socialismo y de determinadas formas de nacionalismo interior, como fórmula alternativa a una derecha democrática que durante ocho años se ha encontrado en el sistema constitucional y autonómico de 1978 como pez en el agua. En puridad, quienes han derrotado al PP son los socialistas catalanes mediante la instrumentación atrevida de un tripartito en Cataluña que ha servido de plantilla para que el PSOE escribiera con buena letra un fragilísimo proyecto para una «España plural» cuyo contenido conceptual, jurídico, económico y cultural sólo parece tenerlo claro el presidente Maragall.

Sus dos decenas de diputados en el Congreso, su asociación, también decisiva, con ERC en la Generalitat de Cataluña, su aportación fundamental al PSOE en las recientes elecciones europeas, el peso demográfico de la Comunidad catalana, su contundencia económico-social, disminuida pero aún con buen marchamo y que cuenta con complicidades financieras de gran dimensión, y su discurso eufemístico pero de una estética progresista insuperable, hacen de un PSC yuxtapuesto pero no simbiótico con el PSOE, un poder interno que no debe confundirse con el que puedan disponer las «tendencias» o las «familias» partidarias. Tampoco con el de las denominadas «baronías». De tal suerte que el proyecto del PSOE es, quiérase o no reconocerlo, aquí y ahora, tributario del que pretende el PSC. Que así se entienda -y en lo posible, se reconozca por los propios dirigentes del PSOE- es cuestión previa para adivinar por dónde van a ir las cosas en los próximos años.