EL PSOE ANTE UNA CUESTIÓN PREVIA

 

 

  Artículo de JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS en “ABC” del 15.06.2003

EL deterioro de la situación interna en el Partido Socialista resulta descarnado, no tanto -que también- por la deserción de dos parlamentarios autonómicos electos en Madrid, cuanto por la reacción de sus dirigentes. En vez de asumir la responsabilidad del descontrol interno -y, eventualmente, de posibles corrupciones-, tratan de transferir la culpa de la coyuntura en la que se encuentran al Partido Popular, a supuestas maquinaciones externas o a la conjura de estos y de aquellos contra un hipotético «gobierno de progreso». El energumenismo político de Llamazares, que tanto daño ha hecho, está haciendo y hará al PSOE, incluye en el catálogo de reacciones viscerales la movilización callejera, y no han faltado personajes socialistas y periodistas próximos a ellos que han llegado a pedir la «máxima presión» para que «si no es por las buenas» sea «por otros procedimientos» -sin citar cuáles- los disidentes renuncien al escaño legislativo. Patético.

Lo primero que debería hacer el PSOE es reflexionar. Lleva demasiados meses sin hacerlo, sin teorizar ni fundamentar sus decisiones, sin calcular el alcance de su funcionamiento, sin calibrar la dimensión de su desconcierto interno. Arremeter contra factores exógenos -sean estos los que fueren- no deja de ser un recurso extremadamente modesto, casi infantil. La realidad del socialismo en España es que requiere una catarsis y, a continuación, una suerte de refundación que aborde, al menos, una serie de cuestiones esenciales: cómo se formula hoy el socialismo en España tras su éxito en los ochenta y su rotundo fracaso en los noventa; cómo se dejan bien instalados en la historia los lastres del pasado y se capitalizan los aciertos logrados para proyectarlos al presente y al futuro inmediato; qué proyecto nacional se defiende unitariamente y quiénes están dispuestos a arropar sin fisuras una serie de políticas que resistan los controles de calidad y credibilidad a las que son sometidas en una sociedad como la española que acumula un alto grado de madurez y gestiona sus opiniones y su voto con autonomía valorativa.

Ésta es la cuestión previa en la que debe volcarse el PSOE. Está visto que no funcionan -en sustitución de las ideas- los regresos galopantes al pasado, tratando de buscar referencias que, si propias de Llamazares, en modo alguno pueden serlo de Rodríguez Zapatero. Agarrarse al simbolismo republicano; reiterar la movilización en la calle; reincidir en el estéril antiamericanismo; resucitar a la izquierda social de los abajofirmantes -añosa y desfasada, radicaloide y nostálgica-, lanzarse al tremendismo verbal o repetir ad nauseam los eslóganes más topicudos de la izquierda de fines de los años setenta, no es un programa, no es un proyecto, no es una ideología. Es, sólo, una inercia, una deserción intelectual, una coartada o un autoengaño.

La derecha democrática española -en lo que tiene de articulación política a través del Partido Popular y en lo que supone de espacio social- no es culpable sino sufriente del fracaso del socialismo español desde que los últimos gobiernos de Felipe González incurrieron en imperdonables errores, corrupciones y responsabilidades. Los rencores de aquella agonía, que acabó en 1996, se han enquistado en una organización que sólo es sólida allí donde se ejerce el liderazgo y la disciplina -Castilla-La Mancha, Extremadura-, y que estallan como minas antipersona cuando la Ejecutiva actual -manifiestamente mejorable, desde luego- pretende avanzar un paso y conquistar una posición adelantada. Se han tenido por «cosas» de Odón Elorza, o de Maragall, o de Bono, o de Rodríguez Ibarra, o de Vázquez, o de González, lo que en realidad eran y son síntomas de que el PSOE no es ahora mucho más que una yuxtaposición de federaciones y agrupaciones, y cuya dirección no ha sabido aprovechar ni una sola de las oportunidades que se le han presentado. Por si fuera poco, este socialismo ha dejado crecer -y no precisamente en votos- a un sector de Izquierda Unida, el que representa Llamazares, que, como es muy natural a tenor de sus pronunciamientos, alarma a una sociedad razonable como la española.

La terapia no está en un apaño de circunstancias. Tampoco consiste en que los dos desertores en Madrid renuncien o no a sus actas. El mal es profundo y de fondo. El PSOE se mueve demasiado con mando a distancia y muy poco a impulsos renovadores. No acierta ni en las personas ni en las políticas; no acierta ni en las decisiones ni en las compañías; se deja guiar por quienes están pendientes de ajustar cuentas por el pasado pero se muestran obscenamente descomprometidos con el futuro de la izquierda necesaria y posible. Siguen los muertos en el desván de Ferraz sin que los venerables restos paternos reciban adecuada sepultura. Y pasa allí lo que ocurría en «Psicosis» de Alfred Hitchcock.