LOS BÁRBAROS ESTAN AQUÍ
Artículo de José Antonio ZARZALEJOS en “ABC” del 05/09/04
Por su interés y relevancia, he seleccionado el artículo que sigue para incluirlo en este sitio web. (L. B.-B.)
LOS que
crean que el «hard power» que simboliza Bush está en el origen del terrorismo
islamista que nos asuela deberían introducirse de manera urgente en la lectura
del célebre ensayo de Bernard Lewis titulado «El lenguaje político del Islam».
La reflexión del profesor emérito en la Universidad de Princeton, de una
erudición apabullante, desvela con claridad meridiana que, desde la Revolución
iraní de 1979, el islamismo -moderado o radical, pero presente como «criterio
que define la identidad del grupo y los motivos de lealtad» en todos los Estados
de mayoría musulmana- no permite una interlocución política al estilo de la que
preconizan los mandatarios públicos que habitan en la Venus europea.
Acontecimientos de dimensión tan catastrófica como la masacre de Beslán, en
Osetia del Norte, apuntan con firmeza a que los dirigentes actuales del Marte
americano están más certeros en el diagnóstico. Y es que Robert Kagan tenía
razón en su «Poder y debilidad»: buena parte de Europa está en Venus -el amor y
la molicie de la suavidad- y los Estados Unidos habitan en Marte -el dios
bélico, el planeta guerrero y suspicaz.
La divinización del terror que practicaron los asesinos islamistas de Beslán
-variante de una misma gama cuyas tonalidades sangrientas van desde la
sofisticación criminal del 11-S en Nueva York hasta la tosquedad mochilera de la
masacre del 11-M en Madrid- está directamente relacionada con una visión
hermética que aprehende cualquier tipo de reivindicación en el territorio de lo
trascendente -el Islam- y lo proyecta en una forma de terrorismo en la que no
cabe ni un adarme de compasión. Sencillamente porque la alteridad -la existencia
sagrada «del otro»- no es disuasiva en tanto que el ajeno es el «infiel». Para
quienes no practican la militancia islamista, pero participan de su cultura y
creencias, Lewis advierte con sinceridad fiera: «El Islam sigue siendo la base
de autoridad más aceptable (para ellos), de hecho, en tiempos de crisis, la
única aceptable». Recuerda el autor que las constituciones musulmanas tienen
cláusulas «que establecen la ley sagrada del Islam como base de la ley o como
fuente principal de la legislación», de tal manera que, ahonda Lewis, «la noción
misma de jurisdicción y autoridad seculares se ve como una impiedad e incluso
como la mayor traición al Islam».
Si el análisis de lo que está ocurriendo se desprendiese de apriorismos
ideológicos que depredan la fortaleza interna de nuestra posible respuesta ante
la monstruosidad -ese «Occidente contra Occidente» magistralmente descrito por
Glucksman-, llegaríamos seguramente a la conclusión de que, desde 1979 con
Jomeini en Irán, se ha desatado una dinámica revolucionaria perfectamente bélica
que utiliza el terrorismo como arma letal y que, además, maniata a los Estados,
obligados a la defensa de las víctimas. La manipulación de los «motivos» que
encienden esta guerra del siglo XXI pasa con facilidad el cedazo de la
ingenuidad y mala conciencia occidentales. El conflicto israelo-palestino, en el
que Arafat ha sido investido Nobel de la Paz, qué sarcasmo, resulta el más
manido de todos. Pero el peor de los posibles es la adormidera «progresista»
que, obsesa por la dicotomía derecha-izquierda, está dispuesta a negar la
evidencia.
Y la evidencia es que los nuevos bárbaros, esos que proclaman ante sus rehenes,
como en Beslán, «que ahora lloren vuestras madres», esos que asesinan y
secuestran a periodistas, o masacran a camioneros turcos, o a nepalíes budistas,
están aquí. Y, como escribió Christopher Caldwell, «el problema de Europa -y de
España- con el terrorismo es que no quiere defenderse a sí misma». La alarmante
situación comienza a requerir una nueva teoría político-constitucional que
introduzca en los sistemas occidentales resortes defensivos-ofensivos en un
también nuevo reequilibrio entre la libertad y la seguridad y un más realista
esquema de relación con los países islámicos, para así paliar un previsible
futuro de barbarie que la masacre de Osetia del Norte parece sólo adelantar en
sus perfiles más terribles e inhumanos.