NI CON UNOS NI CON OTROS

 Artículo de Juan-Jose López Burniol en "El Periódico" del 11 de enero de 2001

Con un muy breve comentario al final

Luis Bouza-Brey

 

Hace años, un amigo donostiarra me dijo: "En el PNV, los dirigentes son independentistas y saben que no puede ser; los militantes son independentistas y no saben que no puede ser, y los votantes se limitan a vivir en estado de perpetua exaltación cordial".

Estas palabras encajan con mi visión del contencioso vasco, fruto de la percepción directa y resumible en tres puntos.

Primero: la sociedad vasca se divide entre nacionalistas y no nacionalistas, siendo un puro voluntarismo la pretensión de distinguir entre demócratas y antidemócratas.

Segundo: en el País Vasco existe una guerra revolucionaria (el terrorismo como versión actual de la vieja guerra de guerrillas), dado que una parte de la población pretende imponer sus ideas violentamente a la otra ("unos varean las ramas y otros recogen los frutos").

Tercero: como toda guerra, el conflicto sólo terminará --dada la imposibilidad de victoria armada de una de las partes-- mediante una negociación en la que se llegue a un acuerdo transaccional.

Este análisis supone una apuesta por el diálogo entre nacionalistas y no nacionalistas. Diálogo sólo posible, previa renuncia por ambas partes a las grandes palabras y a los sagrados principios, si se concretan las discrepancias y se buscan arreglos para mañana, sin pretender soluciones para toda la vida. Y, sobre todo, si no se cierra la salida a nadie.

Antes del pacto de Lizarra --y de la tregua de ETA-- esta tesis podía discutirse; pero hoy es incontrovertible. Porque, al final, qué significa Lizarra sino la exigencia por todos los nacionalistas sin excepción del pago de un precio político --el reconocimiento del derecho de autodeterminación-- a cambio de la paz? De ahí que resulte imposible pensar siquiera en una salida del conflicto sin dialogar y transigir con los nacionalistas.

Ahora bien, este diálogo no puede ni debe eludir la auténtica naturaleza del conflicto vasco. Porque, en el fondo, lo que late debajo de la pretensión de autodeterminación no es la aspiración a una independencia hoy trasnochada, ni el aumento de unas competencias que ya casi se detentan en su totalidad, sino el intento deliberado de perpetuar el control político, social y económico del ámbito vasco de decisión en manos de un grupo social originario, definido identitariamente, con exclusión expresa de los inmigrantes que no renuncien a su identidad de origen. Dicho de otra manera: el problema no radica en una confrontación entre España y Euskadi, sino entre las dos mitades casi iguales en las que se divide la sociedad vasca.

Por ello resulta decisivo aceptar la Constitución y el Estatuto, no como dogmas intangibles e inmodificables, que no lo son, pero sí como unos presupuestos legales de los que se debe necesariamente partir. Si no se hace así, se lesionarán de modo irreversible los derechos individuales de los ciudadanos que no son vascos de origen en aras de los derechos colectivos del "pueblo vasco" originario, convertidos de este modo en la coartada del dominio de una parte de la población vasca sobre el resto. Fascismo puro y duro se llama esta figura.

Procede, por tanto, huir de dos extremos. Huir de quienes, inflamados por un espíritu de reconquista recuperado tras la mayoría absoluta, pretenden emprender en los próximos meses la armonización de las comunidades autónomas, en aras de un neocentralismo siempre al acecho, e interpretan a tal fin el pacto antiterrorista en clave de lucha antinacionalista. Pero procede huir también de quienes, transidos de celo pacificador, hacen tabla rasa de la legalidad vigente y confunden el diálogo con la lisa y llana abdicación de derechos, lo que es doblemente discutible si los derechos abdicados son ajenos. Se trata, en suma, de dos extremos que, todo sea dicho, se tocan. Adivinan en qué? En el amor patrio, diverso en el objeto pero idéntico en el exceso.

Dejemos a los vascos --a todos-- que resuelvan sus cuitas y extirpen la barbarie y la ignominia de su tierra, sin venderles fórmulas milagrosas, ingenuas unas veces e interesadas otras.

Con un muy breve comentario al final

Luis Bouza-Brey

Me sigue pareciendo un error la reacción de algunos sectores de la sociedad catalana frente a la situación vasca: no cabe la equidistancia frente al fascismo ni por parte del nacionalismo democrático ni por parte de gente que se considera progresista. Intento elaborar mi argumentación en mi artículo "Diálogo para besugos" de hoy mismo.