APROXIMACION A UN MODELO DEL HECHO NACIONAL EN ESPAÑA (I)
Luis Bouza-Brey, 27-8-04, 12:00
(Ver también la segunda parte
de este artículo)
Este es un artículo
extraño y humilde. Empecé a trabajar sobre un comentario breve al artículo de
Ernesto Ladrón de Guevara, “feudalización de España
” y, desarrollándolo, fui a parar a
un artículo de mayor alcance sobre el que venía trajinándome las neuronas desde
tiempo atrás. Así que derivé hacia un intento de construcción de un modelo del
hecho nacional en España, que no tiene grandes ambiciones, sino sencillamente
la de elaborar un esquemita teórico que nos permita brujulearnos algo mejor en
el laberinto español, pues se acercan tormentas.
Ahora
que estoy terminando este artículo ---aunque aparentemente lo empiece--- podía
haber optado por reestructurarlo situando su primer apartado al final, o
suprimiéndolo, pero pensé que tampoco es ilógico el orden en el que me
salió: a partir de la reflexión sobre un desafío real me veo empujado hacia un
intento de elaboración teórica. Así deberían ser las cosas, y no trámites
burocráticos para llenar papeles y curriculums.
EL
MODELO POLITICO DE LOS NACIONALISTAS Y SU INCOMPATIBILIDAD CON EL SISTEMA
DEMOCRATICO ESPAÑOL
A
ver si nos aclaramos de una vez: las posiciones últimas de los nacionalismos
periféricos son incompatibles con la Constitución del 78 y con los principios
democráticos y solidarios que debe mantener cualquier demócrata español.
¿Por
qué manifiesto una opinión tan drástica? Pues porque existe una contradicción
básica entre las concepciones fundamentales de los nacionalismos y su
pertenencia al Estado español. Para ellos, su nación, preexistente al Estado,
les da derecho a negociar de igual a igual con el mismo, que representa a
"otra" Nación, sea ésta Castilla, España, o lo que sea. Y puesto que,
al menos de momento, no ven viable o conveniente a sus intereses nacionales la
independencia, adoptan la posición estratégica de formular sus objetivos
prioritarios, en esta coyuntura, como consistentes en la consecución de un
status de soberanía o "cosoberanía", distinto del de las
"regiones", que transmute al Estado en un ente simbólico carente de
poder real sobre la "Nación" de los nacionalistas, con algunas
competencias inevitables y mínimas en el ámbito exterior, y en cuyo núcleo
institucional y competencial se reconozca un poder diferenciado y privilegiado
a las "Naciones" que conforman ese Estado plurinacional. Por ello, la
soberanía del pueblo español, su poder constituyente, debe parcelarse entre las
"Naciones" que integran el Estado, y por ello, en el Senado se debe
reconocer también el carácter plurinacional del mismo, dotando a cada una de
las "Naciones", de manera singularizada, de un derecho de veto a las
decisiones del "Estado", o incluso de un nivel de
representación y decisión distintos del de las regiones.
Y
de esta concepción se deriva, también, que el sistema de financiación coherente
con la misma es el Concierto, es decir, un sistema por el que las
"Naciones" recaudan sus impuestos propios y ceden al Estado una
cantidad pactada para gastos comunes, en embajadas, unidades militares, etc.
La
asimetría como diferencia con las regiones, el pacto bilateral y de igual a
igual con el Estado que las representa, la integración privilegiada con
derechos especiales en las instituciones comunes y la financiación privilegiada
mediante el concierto, se derivan de esta concepción, en la que
"España" se hace equivalente a “el resto del Estado"
plurinacional, integrado por Galicia, Euskadi, Cataluña y el Estado, o
Castilla, o el batiburrillo de las regiones advenedizas al nuevo status que
configura "el magma autonómico" (Mas dixit).
Esta
es la concepción, a grandes rasgos, de los nacionalistas periféricos. Ante
ella, los demócratas españoles sólo pueden decir no, y dejarse de
contemporizaciones como el veto singular en el Senado, la aceptación de la
concepción plurinacional de los nacionalistas, la financiación privilegiada, y
demás asimetrías que definen el repertorio de derivadas de esta concepción
básica.
Pero,
en el fondo de todo este problema, subyace una confusión teórica que es preciso
comenzar a desentrañar y a combatir, a fin de evitar la degradación y
degeneración del país. Así que vayamos al principio, y den por no leídos los
párrafos anteriores (¡je, je!, es un decir).
EL
MODELO TEORICO DEL HECHO NACIONAL
El
núcleo esencial que define la idea nacional, y que se aplica a los diversos
términos que la definen ("identidad nacional",
"nacionalidad", "nación") es el de identidad propia y
diferenciada: existe nacionalidad cuando alguna entidad ---individuo, sociedad,
país--- se siente poseedora de rasgos históricos, añadidos a los naturales, que
le diferencian de otras.
El
problema, teórico y político, es distinguir los diversos niveles o dimensiones
a los que se aplica este concepto: el individual, el societal y el político.
Intentemos
descomponer estos niveles y perfilar las diversas características y variables
que permitan identificarlos o tipificarlos:
1.-
la "nacionalidad" surge originariamente, en la Edad Media, como la identidad
diferenciada propia de individuos y grupos de individuos a los que por su
idioma o cultura, características étnicas u origen territorial, se
les podía distinguir de otros en el contexto común de la Cristiandad o del orbe
medieval. La nacionalidad, por tanto, era una característica individual, con
consecuencias estadísticas grupales, en el marco de un inmenso territorio sin
fronteras estatales, y en el contexto del latín como idioma franco de la
sociedad europea.
Posteriormente,
con la aparición y desarrollo de los Estados, la nacionalidad adquiere rango
jurídico internacional, al definir la pertenencia de los individuos a un ordenamiento
estatal, según el territorio de su nacimiento o la nacionalidad de sus
ascendientes.
Este
es, a mi juicio, el concepto esencial de nacionalidad, y el que se debería
asumir, desde una perspectiva democrática, como esencial, a fin de determinar
derechos individuales y grupales.
Intentemos
tipificar rasgos y comportamientos derivados de la identidad nacional a este
nivel individual,:
Cabe
pensar en una identidad nacional individual más o menos cerrada o abierta, más
o menos exclusiva, dual, plural o cosmopolita, que distinguiría a unos
individuos de otros. Así, uno puede considerarse sólo catalán; catalán y
español; sólo español; catalán y europeo; catalán, andaluz, español y europeo;
sólo europeo; sólo terrestre, etc.
Por
otra parte, este sentimiento de identidad y sus diversos tipos puede estar
relacionado o no, en relación inversa, con el sentimiento de rechazo hacia el
otro, configurando diversos tipos de xenofobia.
Desde
esta perspectiva, individual, caben muy diversas definiciones situacionales y
comportamientos individuales, dentro de una sociedad, por lo que se refiere a
la identidad individual y a la reacción ante el "otro".
2.-
Pero el concepto de "nacionalidad" también se aplica al nivel
superior, grupal o societal, definiéndose una nacionalidad, a este nivel, como
aquel grupo o sociedad residente en un territorio y que comparte rasgos y
sentimientos de identidad comunes. Los catalanes de Cataluña, los gallegos en
Galicia o los vascos de Euskadi, definen una nacionalidad. El problema, a este
nivel, es que las sociedades, los territorios, pueden ser homogéneos o
heterogéneos por lo que se refiere a la identidad nacional de los individuos y
grupos que los constituyen. Y si a esta complejidad grupal le añadimos las
diversas diferencias individuales por lo que se refiere a identidad nacional
exclusiva, dual, plural o cosmopolita, la complejidad se multiplica a la
enésima potencia. Por eso, el concepto de "nacionalidad" a este nivel
societal, hay que relativizarlo mucho y hacerlo "histórico", pero
histórico en el sentido de que puede cambiar, no en el sentido de absolutizarlo.
Cataluña como nacionalidad es hoy muy diferente de hace cien años, pero también
es muy diferente de Galicia por lo que se refiere a su mayor heterogeneidad, e,
igualmente, por lo que se refiere al sentimiento de identidad exclusiva, dual,
plural o cosmopolita de muchos catalanes y gallegos.
Por
otra parte, si a esta homogeneidad o heterogeneidad de las nacionalidades le
añadimos otra variable a nivel de comportamiento, podemos clasificar las
nacionalidades por su mayor o menor integración o desintegración entre sus
componentes. Las relaciones y procesos de integración, asimilación, exclusión y
desintegración, entre los diversos grupos que constituyen una nacionalidad heterogénea
pueden ser diferentes entre unas y otras sociedades y en distintos momentos
históricos.
Por
ello, a mi juicio, el concepto de nacionalidad hay que analizarlo con lupa, y
en el caso español de este momento histórico, las nacionalidades son aquellas
sociedades en las que se ha producido la emergencia de un idioma y cultura
específicos y propios, pero cuya composición es heterogénea ---y cada vez
más--- en lo que se refiere a sentimientos de identidad nacional, actitudes de
aceptación o rechazo de las identidades nacionales distintas, y situación
de los procesos de integración, asimilación, exclusión y desintegración.
De
este análisis con lupa, y desde una perspectiva democrática, no cabe inferir
políticas que nieguen la pluralidad, ni que den por sentada la homogeneidad, ni
que intenten imponerla. Personalmente, uno adoptaría una posición pragmática,
de intentar evitar que se pierdan las características diferenciales del
territorio y la nacionalidad originaria, pero sin inferir más políticas que las
derivadas de esta actitud. Y mucho menos, políticas que den el salto irracional
desde el nivel societal al político, reclamando privilegios políticos o
económicos que vayan contra el principio de igualdad y solidaridad entre los
españoles.
3.-
Este es el nivel en el que cristalizan los otros dos, pues se refiere al orden
político, en el que se reflejan concepciones globales, se formulan estructuras
diversas, y se elaboran estrategias y políticas alternativas.
El
concepto de Nación, a este nivel, surge con el desarrollo del Estado,
principalmente en dos momentos históricos, como fueron la Revolución francesa,
por una parte, y la emergencia de la Nación alemana, por la otra. Cada una de
estas concepciones enfatiza aspectos distintos del concepto de Nación.
La
concepción francesa surge con la Revolución, y enfatiza el concepto de
representación, frente a la Monarquía absoluta y el orden estamental. La Nación
surge como sujeto de la voluntad política frente al Rey. La Nación, desde ese
momento, identifica al Estado como un Estado Nacional, y la Nación es aquella
nacionalidad dotada de un poder estatal.
La
concepción alemana, en cambio, pone el acento en el aspecto cultural, en la
unidad cultural del Pueblo por encima de las fronteras previas, lo que exige la
modificación de éstas y la creación de un nuevo Estado derivado de la unidad
del Pueblo, de la Nación cultural. A un Pueblo diferenciado por la historia y
la cultura común corresponden una Nación y un Estado Nacional.
Algunos
autores, a partir de estos diferentes énfasis y orígenes históricos,
distinguen entre Nación cultural y Nación política, y conciben la
posibilidad de Naciones culturales (“nacionalidades”) sin poder estatal (Véase,
a este respecto, “Enciclopedia del Nacionalismo” de Andrés de Blas Guerrero, en
Tecnos).
Ambas
concepciones, por otra parte, manifiestan paradojas importantes: la Nación
política, cuya esencia es la representación, puede verse deformada por el
fenómeno del bonapartismo, en el que un hombre asume la representación de la
Nación en momentos de crisis; la Nación cultural, concebida como la necesidad
de diferenciación política derivada de la homogeneización cultural externa,
puede conducir a la exigencia de homogeneidad forzada y a la creación de chivos
expiatorios y xenofobia, cuando la homogeneidad real de la sociedad disminuye.
Pero,
aparte de estas paradojas, la consecuencia de la afirmación de la existencia de
la Nación es la proclamación de una comunidad de problemas y fines nacionales,
postulada por el principio de homogeneidad cultural o por el de representación
política diferenciada, que implican la exigencia de autogobierno para
tratarlos.
De
todo este conjunto de principios y conceptos surgen como nucleares el de
Nacionalidad, Nación, Autogobierno y Estado. Y, en consecuencia, para algunos,
una Nacionalidad es una sociedad diferenciada que necesita autogobierno para
tratar sus problemas y alcanzar los fines comunes, cuyo desarrollo puede
conducir a la consecución de un poder político estatal y su transformación en
Nación. O bien, este proceso puede llevar a la adquisición de diversas formas
de autogobierno no propiamente típicas del Estado Nacional, como son la
Autonomía o el Estado federal.
Durante
este mes de agosto, Ferrán Requejo ha editado en “La Vanguardia” una serie de
artículos sobre formas de autogobierno, desde el día 1 al 25, que merece la
pena consultar. En este artículo no me introduciré en ellas, sino que
únicamente comentaré los principios alternativos e incompatibles que
constituyen la base de algunas de estas formas.
Tanto
el Estado Nacional, como el autonómico, como el federal, se caracterizan por la
unidad del poder constituyente que define la soberanía. Corresponde al conjunto
del pueblo y a las instituciones estatales ---nacionales o federales---
el poder de modificar la Constitución, es decir, los principios, estructura y
procedimientos de reforma del poder político, aunque en el caso del Estado
federal sea necesaria la aquiescencia un un porcentaje mínimo de las
instituciones de los Estados federados.
Por
último, en lo que se refiere a las concepciones básicas que conforman las
estructuras de los Estados compuestos, el principio del centro compartido que
acompaña al del autogobierno en la periferia, conlleva el de lealtad
constitucional o federal, y excluye una dinámica de “arrebatacapas” por parte
de esta última en lo que se refiere a las competencias o a la dinámica del
proceso político.
Por
ello, el mantenimiento de principios de configuración alternativos al de los
Estados compuestos, como podrían ser los principios de confederación, el de
soberanía de la periferia, o el de la defensa de un Estado asociado o la
independencia formal, con todas las derivadas de objetivos intermedios o
instrumentales que incorporan, ha de ser combatido frontalmente por medios
democráticos. Pues los actores políticos principales del sistema deben ser
conscientes de que aquél debe regirse por principios claros y coherentes, lo
que implica evitar la chapuza o la cesión permanente frente a alternativas
antagónicas, si se quiere evitar la degradación, descomposición y balcanización
de la vida política.
Termino
aquí este artículo, reenviándoles al primer apartado, el referente al modelo
político de los nacionalistas, y prometiéndoles una continuación en una
segunda parte, que tratará del modelo político de los demócratas
españoles. Me quedan muchas cosas en la penumbra y en el tintero, aunque gran
cantidad de las que escribiré en la segunda parte que les prometo ya las he
formulado previamente de una manera más intuitiva en este sitio web.